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Trento fue un concilio de gran connotación política. Los decretos que surgieron no estuvieron a la altura de lo demandado por el momento histórico de la Europa del siglo XVI. Al margen de que la Iglesia católica lo reputa un sínodo emblemático para su bien, en los hechos reforzó a la Reforma en detrimento del catolicismo.

7 Mayo de 2025 15.01

El 13 de diciembre de 1545 se instala el Concilio de Trento, luego de vencer vicisitudes tanto religiosas como políticas. Estas últimas de algún modo originadas en, o al menos relacionadas con, las primeras... o viceversa, como se lo quiera ver. Cronológicamente, referimos a la Dieta de Worms (1521), a la Dieta de Espira (1529), a la Dieta de Augsburgo (1530), a la formación de la Liga de Esmalcalda (1531) y al fracasado diálogo que tuvo lugar en Augsburgo en 1541 entre católicos y protestantes. En la Dieta de Augsburgo los luteranos presentaron su Confesión y los católicos la Confutatio Augustana. Los unos y los otros rechazaron la obra de la contraparte, profundizando sus divergencias teológicas, que iban más allá de meras formas.

La incapacidad de Carlos V (1500-1558) y de Pablo III (1468-1549) de, mediante las dietas y el diálogo, frenar el avance de la Reforma de Martín Lutero (1483-1546) los llevó a buscarlo en un concilio. Debía darse en 1537 en Mantua (Italia), que no pudo ser ante el conflicto del emperador con Francisco I (1494-1547). Luego hubo un intento de celebrarlo en Vicenza (Italia) en 1539, pero tampoco concretó debido a la formación de la Liga. Una tercera intentona la identifica la historia en 1542, ya en Trento. Es postergado ante la nueva guerra entre Carlos V y el rey francés.

La Iglesia católica conceptúa al tercer domingo de Adviento como "domenica gaudete"; en latín, "gózate o alégrate", inspirada en la Carta de san Pablo a los filipenses. Este día de 1545 fue escogido por Pablo III para el inicio del Concilio de Trento. Seguramente, lo hizo como "cábala" de lo que iba a significar para la Iglesia católica en una coyuntura de enormes retos teológicos por la Reforma, y políticos ante los cuestionamientos a Carlos V. Este avizoraba el desmembramiento del Sacro Imperio Romano Germánico. De hecho, Trento fue un concilio de gran connotación política. Los decretos que surgieron no estuvieron a la altura de lo demandado por el momento histórico de la Europa del siglo XVI. Al margen de que la Iglesia católica lo reputa un sínodo emblemático para su bien, en los hechos reforzó a la Reforma en detrimento del catolicismo.

Siguiendo la tradición, los temas conciliares eran tratados por la Congregación de los Teólogos, quienes emitían sus opiniones para ante los prelados. Estos las sometían a consideración de las Congregaciones Generales, a efectos de análisis, votación y redacción de los proyectos de decretos. Finalmente, remitían las propuestas a las Sesiones Solemnes para su aprobación definitiva y promulgación por el papa. Conforme avanzaba el concilio, se tornaba evidente la imposibilidad de acuerdos con los protestantes. Desde un inicio, los pronunciamientos de Trento respecto de la Eucaristía, de la confesión oral de los pecados al sacerdote y de la unción fueron cerrando opciones de acercamiento.

La posición del concilio, y en particular del nuevo papa (Pablo IV, 1476-1559) era cada vez más extrema, llegando a la represión. No solo a los protestantes sino igual sobre cardenales moderados. En la última etapa abordó la potestad papal, enardecidamente criticada por la Reforma. El Concilio confirmó la "opinión" de Roma en materia del culto a los santos, que políticamente convenía a la Iglesia católica, y de la "divinidad" de las reliquias. Llegó hasta un pronunciamiento sobre las imágenes religiosas, que en el plano económico representaban mucho para el mundo católico. Asimismo, se pronunció a favor del celibato del clero, siguiendo el "ejemplo" de Cristo y sus apóstoles (I Corintios, 7): "mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo (...) digo a los célibes y a las viudas, bien les está quedarse como yo". ¡Vaya absurdo! El ciclo cerró con la aprobación de decretos sobre el purgatorio y las indulgencias.

En el clímax de la sinrazón, el Concilio de Trento, para justificar el poder de Roma, interpretó Proverbios 3:5 -Confía en el Señor de todo corazón, y no te fíes de tu propia sabiduría- en el sentido de que solo a la Iglesia le corresponde interpretar y transmitir la Palabra de Dios. ¿Puede pensarse en algo más disparatado que descalificar la inteligencia propia... cuando se es titular de una? En función de esta "declaración", el sínodo concluyó (a) en la absoluta autoridad de la Iglesia para perdonar los pecados; y, (b) en su consiguiente teoría en torno a la confesión y a la comunión. Además, vetó a los libros que podían cuestionar en algo la primacía de la Iglesia.

Los cánones están concebidos en términos amenazantes. La amenaza fue la mayor con que puede abordarse a un católico: la excomunión. Esta, en buen romance, impone el estigma de la maldición, sinónimo de la condena al infierno para quien transgreda la voluntad de la Iglesia. Cualquier acción o reacción frente a intimidación vicia el consentimiento, por lo cual ningún católico pensante debe acatar "enseñanzas" bajo chantaje. (O)

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