El regreso de los aranceles
¿Significa que todo está mal con los aranceles? Para nada. Existen experiencias positivas en el uso de aranceles dentro de la política industrial. Los aranceles estratégicos, aplicados a ciertos productos que un país desea proteger y desarrollar, han logrado en varias ocasiones el efecto deseado, especialmente cuando se complementan con otras políticas orientadas al fomento del desarrollo industrial y las exportaciones.

China pasó de ser un país comunista y atrasado, con conflictos con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, a convertirse en aliado de Estados Unidos tras la visita de Nixon a Mao. Luego, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping —posiblemente la figura más influyente del siglo XX desde una perspectiva actual—, adoptó una política industrial orientada a las exportaciones, logrando récords históricos de crecimiento y desarrollo. Esto se logró con el aporte, tanto de capital financiero, conocimiento y mercados de los EE.UU. y Europa, que los "tigres asiáticos" aprovecharon para desarrollarse. 

 Hace 30 años, los productos chinos eran baratos y poco sofisticados. Sin embargo, la llegada de inversiones europeas y estadounidenses —atraídas por el enorme potencial del mercado chino— trajo consigo la transferencia de procesos productivos y tecnología. Pronto, China no solo empezó a fabricar con mayor calidad, sino también a identificar tendencias clave para posicionarse en la manufactura de alta tecnología. Hoy en día, si un artículo incluye baterías, motores eléctricos, telefonía, software, robots o drones, es muy probable que haya sido producido en China.

 Mientras tanto, los norteamericanos en los últimos años han visto como se han ido cerrando fábricas y cada vez más empleos han migrado hacia otros países. De esta manera, mientras EE.UU. es el principal consumidor del planeta, China es el mayor productor industrial. En esto también tiene que ver el apoyo a las exportaciones chinas, no solo a través de subsidios y de créditos baratos, sino a través de la depreciación de su moneda. Es en este ambiente donde las propuestas de producir en EE.UU. del presidente Donald Trump han demostrado ser populares con el electorado, generando la necesidad de volver a hablar de herramientas de fomento industrial. Parece que después de décadas de desindustrialización, el público norteamericano no está muy convencido de las bondades del aperturismo. Y Trump supo explotarlo en la campaña.

 Y es una inquietud bipartidista, ya que durante el gobierno de Joe Biden se promulgaron leyes para incentivar la producción nacional. Trump, por su parte, opta por usar aranceles contra todos los productos importados, sin distinguir entre amigos y enemigos, lo cual viene con desventajas. Esto no solo causa problemas comerciales, sino que genera un encarecimiento en los costos de las empresas, lo cual ha enviado en caída libre a las bolsas mundiales.

 ¿Significa que todo está mal con los aranceles? Para nada. Existen experiencias positivas en el uso de aranceles dentro de la política industrial. Los aranceles estratégicos, aplicados a ciertos productos que un país desea proteger y desarrollar, han logrado en varias ocasiones el efecto deseado, especialmente cuando se complementan con otras políticas orientadas al fomento del desarrollo industrial y las exportaciones.
Aunque en las últimas décadas se ha destacado a los "tigres asiáticos" como ejemplos de éxito, muchas de estas ideas son inspiradas en Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos. Él comprendía que el desarrollo de la industria y de los mercados financieros en la joven república era vital para liberarse del poder económico del Reino Unido. Por algo su rostro aparece en los billetes de US$10 y es uno de los pocos financieros que tiene un musical sobre su vida. 

Esto nos indica que, si bien los aranceles han estado presentes en la historia americana desde los inicios de la república, como Trump bien lo anota, existen experiencias más cercanas a la actualidad donde la política industrial y sus herramientas han logrado con éxito fomentar la producción tecnológica y sus exportaciones. De hecho, durante el gobierno de Biden crecieron las plazas de empleo en sector manufacturero, sin necesidad de aranceles a diestra y siniestra. Durante el último gobierno demócrata ya eran notables la ausencia de tratados de libre comercio y las inquietudes con respecto a las capacidades bélicas y productivas de China, sobre todo después del COVID-19 y de la guerra en Ucrania. 

 Al final, lo más rápido, menos intrusivo y más efectivo para reducir el déficit comercial, que incluso beneficiaría al Ecuador, sería una devaluación del dólar. Esto encarecería los bienes importados y fortalecería la industria local sin tener que romper con décadas de compromiso con el libre comercio. Pero hasta ahora los EE.UU. siempre han preferido un dólar fuerte. Hasta ahora. (O)