Vivimos una paradoja fascinante: a medida que la inteligencia artificial (IA) se perfecciona para realizar tareas cognitivas complejas, los seres humanos enfrentamos el riesgo de atrofiar nuestras propias habilidades intelectuales. Pensar críticamente, argumentar con coherencia, comunicarse de forma efectiva o colaborar constructivamente no son solo capacidades deseables, sino competencias esenciales para sobrevivir en un mundo automatizado, incierto y cambiante.
Las llamadas "habilidades blandas" —que en realidad son "habilidades duraderas", porque sostienen nuestra capacidad de aprender a lo largo de la vida— están bajo presión. No por irrelevantes, sino porque se están viendo desplazadas en entornos educativos dominados por contenidos, estandarización y, ahora, por la promesa mágica de que los algoritmos lo resolverán todo.
Pero, ¿Y si la tecnología que tememos fuera exactamente lo que necesitamos para ser más humanos?
Hace pocos años, Finlandia —referente educativo mundial— decidió reformar su currículum escolar incorporando de forma explícita el desarrollo del pensamiento crítico y la argumentación en asignaturas tradicionalmente "duras" como Matemáticas y Física. El objetivo del nuevo currículum es formar estudiantes capaces de entender fenómenos complejos y comunicarlos con claridad y evidencia.
Lo interesante es cómo lo están logrando: a través del uso de herramientas tecnológicas, docentes y estudiantes utilizan una aplicación llamada MyJYU AI para grabar y transcribir automáticamente las clases, analizando patrones del discurso, frecuencia de preguntas, conexiones lógicas y momentos de interacción significativa. Con esta información, se generan gráficos que ayudan a comprender mejor lo que ocurre en el aula, y se ofrece retroalimentación para mejorar la calidad del pensamiento y la participación. No se trata solo de vigilar la voz del profesor, sino de visibilizar —con datos— el desarrollo de habilidades invisibles.
Centros educativos en Finlandia no son los únicos que están enfocados en este tipo de soluciones. Universidades como Stanford han desarrollado plataformas como SMILE (Stanford Mobile Inquiry-based Learning Environment), que permite a los estudiantes formular y evaluar preguntas entre pares usando sus teléfonos móviles, fomentando el pensamiento inquisitivo y la autonomía cognitiva. Otras iniciativas como Talk Moves y Discussion Tracker usan inteligencia artificial para analizar en tiempo real las interacciones orales en el aula, identificando estrategias de argumentación, calidad del razonamiento y niveles de participación. (O)