Felices los ignorantes
Este verano me ha encontrado mucho diciendo una frase que aprendí de varios a mi alrededor, "felices los ignorantes". Los orígenes de esta conocida frase se atribuyen a Thomas Gray, poeta inglés, quien por primera vez en 1742 en su poema Ode on a Distant Prospect of Eton College. Aun así, lo que implica la ignorancia o el "no saber" es algo que ha sido discutido por décadas y siglos. Sócrates es quizá el catalizador de esta discusión con su frase "solo sé que nada sé".
Parecería absurdo pensar que la ignorancia pueda asociarse con la felicidad. ¿Puede ser uno, realmente, feliz al no saber? Uno pensaría que para ser feliz el primer paso sería entender cuáles son los factores alrededor de uno que generan dicha emoción de felicidad. Afortunada y desafortunadamente, esto carece de verdad. Muchos, al no estar conscientes en su plenitud de los factores que los rodean, terminan siendo más felices. ¿Es esta felicidad genuina? ¿Tiene sentido ser feliz aun careciendo del conocimiento necesario para determinar si esa emoción es real o simplemente una ilusión justificada en un mundo donde todo se pretende saber? Eso me temo, es material ideológico para un artículo separado. Lo que sí es verdad es que en la práctica esta es la realidad de muchos. Algunos, como Sócrates, saben que no lo saben todo. Otros creen que lo entienden todo. Otros ni siquiera cuestionan cuál es su nivel de entendimiento. Y aun así, aunque un ser humano caiga en cualquiera de estas tres categorías, estas no son mutuamente excluyentes con relación a quienes somos víctimas de ser felices por ignorancia.
Pero, ¿por qué felices los ignorantes?
Desde el punto de vista externo, felices los ignorantes porque es más fácil ignorar e instantáneamente negar una verdad que sale del status quo de uno que aceptar dicha verdad y arriesgarse a pensar diferente. Dado los patrones sociológicos de la juventud a la que yo pertenezco, me he dado cuenta de cómo tantos prefieren ignorar o hacerse callar para abarcar y abrazar el status quo. Algunos se muestran tan cobardes que prefieren culpar su incapacidad de ver más allá a algo tan ambiguo como los valores familiares, al foco conservador o incluso a lo que escribió un documento hace 238 años en Filadelfia.
Desde el punto de vista interno, felices los ignorantes porque es más fácil oprimir y suprimir los pensamientos que generan inconformidad en el alma. Felices los ignorantes porque requiere un verdadero uso de la cabeza y del cerebro, lanzarse a batallar con los pensamientos que siguen siendo poco tradicionales. Ese esfuerzo mental se agrava todavía más cuando se trata de admitir que el otro bando tenía razón, así dejando atrás la ignorancia y abrazando la incomodidad de la verdad.
Y el problema de "felices los ignorantes" es que es verdad. Es verdad y es contagioso. Es contagioso vivir feliz, más aún cuando se vive feliz fácilmente. Es contagioso entre persona y persona, por ejemplo, ver a dos alimentándose mutuamente de sus delirios, por ejemplo, de que la eutanasia no debería ser legal porque no encaja con las, supuestamente perfectas, leyes que gobernaron el mundo hace 300 años. No solo eso, también es contagioso: es contagioso, por su facilidad, mentir e ignorar la verdad. Es contagioso, seductor y fácil mentirle al mundo sobre con quién añoras compartir tu futuro, para no afrontar la realidad de que esa persona es inadecuada, al menos según las convenciones heredadas de la moral del medioevo.
Hago un llamado a acaparar las verdades. Ya he hablado mucho de una frase, pero hay otra famosa frase que dice que las verdades siempre salen a la luz. Endulzar, suprimir y olvidar, por más incómodas que sean las verdades, nunca es una cura definitiva a lo que parece ser la enfermedad crónica de la verdad, que al final no acaba siendo más que un resfriado. Uf. (O)