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El músculo social, esa capacidad humana para preguntar, conectar y enfrentar situaciones incómodas, está débil, le falta entrenarse, se atrofió.

22 Agosto de 2025 17.01

En tiempos de inteligencia artificial, pantallas por doquier, ritmos cada vez más acelerados en lo laboral y en lo personal, con clicks a diestra y siniestra hay que volver a lo básico. Vale recordar lo importante que es, literalmente, golpear una puerta, hacer una llamada, visitar a ese familiar o al amigo olvidado.

Hoy en día, una persona promedio mira su teléfono celular entre 80 y 150 veces al día. Esa 'rutina' implica cientos de mensajes por whatsapp -incluidos audios y videos- y una concentración absurda frente a esa pantalla que casi, casi nos gobierna. 

En este ir y venir ante los celulares que en la práctica duermen y despiertan con nosotros, también nos acompañan las redes sociales, los correos electrónicos, las notificaciones de las decenas de apps descargadas en nuestro teléfono móvil, los anuncios publicitarios que llegan sin ningún filtro y una catarata sin fin de información.

En ese estilo de vida, marcado por el mundo digital y una inmediatez que marea a cualquiera, parece que la vida depende de los clicks que damos en nuestros smartphones, tablets o en las laptops del trabajo o de la casa. Todo pasa en un instante, los segundos causan bostezos y los minutos de espera son eternos.

No se puede negar que la tecnología ayuda en nuestro día a día, que nos conecta con personas en cualquier parte del planeta y que facilita tareas laborales y académicas, los trámites personales y una larga lista de actividades del día a día. Pero también nos obliga a estar pendientes de un dispositivo que es amo y señor, dictador y monarca, sin el cual parece que nuestras vidas no tienen sentido. ¿O alguien de ustedes puede pasar un día entero sin saber que su smartphone está en su bolsillo o cartera?

Un mensaje no leído, un correo sin responder, un link extraviado en una maraña de chats estresa al más tranquilo y puede causar más de una discusión que pudo resolverse con una llamada de las de antes, de esas que empezaban con un '¡Aló, habló con...! Le puedo molestar un minuto'.

Volver al pasado es imposible y lo que mejor podemos hacer es adaptarnos a los nuevos tiempos, aprender a usar las herramientas tecnológicas que están disponibles para que seamos más productivos y eficientes. Pero también hace falta la pausa, detenerse a entender un asunto antes de actuar como un autómata marcado por el vértigo de la modernidad; es urgente preguntar y escuchar con detenimiento las respuestas y, sobre todo, comprender esa explicación.

En este punto entra en juego el concepto del músculo social, esa capacidad humana para preguntar, conectar y enfrentar situaciones incómodas. Ese músculo, al parecer, está débil, le falta entrenarse, se atrofió. Perdió su fuerza tras la pandemia, cuando el humano pensó que todo puede pasar a través de una pantalla, pero olvidó que somos seres gregarios por naturaleza, que necesitamos el contacto con quienes nos rodean y que mantenemos vivo el instinto de supervivencia y la necesidad de ser parte de un grupo.

La vida no es un click. La vida, con todo lo que esta palabra implica, es un asunto de paciencia, de procesos, de tomarnos un tiempo, de pensar, de dudar y de preguntar. (O)

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