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Siendo que la “verdad” se remite a la “realidad”, es indispensable conceptuarla en el contexto que nos ocupa. La realidad puede ser formulada como “percepción” o como “idea”. Al margen de que nos movamos en el mundo de los sentidos o en aquel de las concepciones, lo relevante está en el razonamiento que hagamos respecto de la realidad.

15 Noviembre de 2021 16.10

En la búsqueda de definiciones para las palabras que conforman el título, en tanto desarrollaremos el tema en su connotación sociológica, hemos accedido a una que merece atención. La lengua alemana se remite a la “verdad” como “realidad de las situaciones dadas, la auténtica situación”. Se identifica, pues, una aproximación muy pragmática, propia de la cultura germánica, que como veremos adelante es distinta del significado que brinda el idioma español. Para éste “verdad” es conformidad de las cosas “con el concepto que de ellas se forma la mente”. “Realidad” en cambio, para la Real Academia Española, es “lo efectivo o que tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico o ilusorio”. Como que, para los hispanohablantes, al menos en cuanto a la “verdad”, los dos términos dan mayor libertad -que puede inclusive llevar a cierto libertinaje- para concebirla a la luz de la percepción que ofrezca nuestra mente, lo que permitiría adecuar la verdad apartándola de la realidad. 

Entre sus acepciones técnicas, en el Diccionario de Derecho Usual (G. Cabanellas) encontramos al “juicio que no cabe negar racionalmente”. El español-argentino define a la “realidad” como “efectividad, frente a la apariencia (?) exactitud, ante la mentira o la exageración”.

Siendo que la “verdad” se remite a la “realidad”, es indispensable conceptuarla en el contexto que nos ocupa. La realidad puede ser formulada como “percepción” o como “idea”. Al margen de que nos movamos en el mundo de los sentidos o en aquel de las concepciones, lo relevante está en el razonamiento que hagamos respecto de la realidad. Cuando la percepción o idea se encuentra contaminada por factores ideológicos o suspicacias, la realidad no es tal y por lo tanto la verdad es mentirosa. De allí que U. Eco (El Nombre de la Rosa) concluye en que la verdad -solo- se entiende en comparación con la mentira. En tal sentido, asumir la verdad dejando de compararla con los hechos efectivos, es decir asumiéndola sin su indispensable ponderación, puede llevar a dar crédito al farsante deshonesto. 

El asunto reviste visos de dramatismo desde el momento mismo en que sus actores impúdicos acomodan la realidad a conveniencias, y por ende “crean” verdades que solo existen en sus mentes. En el plano político, los actores de los dos polos ideológicos que por ahora nos interesan (derecha e izquierda) tergiversando la realidad arriban a verdades viciadas. La extrema derecha ve comunismo malicioso en toda conquista social. La extrema izquierda identifica mercantilismo maligno en cualquier manifestación de riqueza. ¡Qué poco criterio de una y otra! 

Así se inicia un proceso de conflagración sociopolítica de impredecibles consecuencias, de lo cual se aprovecha el populismo. Al referirse a éste, el presidente Rodrigo Borja (Enciclopedia de la Política) afirma “no es un movimiento ideológico sino una desordenada movilización de masas, sin brújula doctrinal”; identifica sus factores determinantes en la pobreza, la marginación y la falta de educación, entre otros. Seamos realistas, al populismo se lo derrota con acciones efectivas de justicia social, no con discursos líricos.

Para las ciencias sociales, la verdad es conexión con los hechos, que a su vez conforman la realidad. Por tanto, “una proposición es verdadera si, y solo si, corresponde a los hechos” (K. Popper). Para el análisis sociológico de la verdad y realidad es indispensable considerar, como lo afirmaba el moralista La Rochefoucalt a mediados del siglo XVII, que la verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias. Lo expuesto tiene particular importancia al pregonar la realidad que en forma de apariencias pretenden transmitirnos, por igual, los regímenes totalitarios y aquellos que sin serlos solo miran el bienestar de pocos. Generan así distorsiones y espejismos que son “verdades a medias”, las cuales éticamente equivalen a falsedades (verdades relativizadas).

En el campo ontológico, existe una diferencia primaria entre verdad y opinión. La verdad es una revelación de orden moral, que estamos los hombres obligados a legarla de manera objetiva. La opinión se identifica más bien con la retórica, que teniendo un ánimo de persuasión es válida en exclusiva cuando la lógica tras de ella es suficientemente sólida. Acuden a la labia los amorales para imponer la falacia con el malévolo propósito de -camuflando los hechos- tornarlos reales cuando en verdad no lo son. 

La alteración de la verdad tiene también una faceta de “doble moral”. Se da desde el instante en que el agente, a sabiendas que su interpretación de la realidad dista de ésta, no tiene reparos en transmitirla a título de verdad. Piensa solo en los efectos que desea producir. Los actores sociales y políticos honorables que los hay y mucho -y la sociedad en su conjunto- están llamados a cantar las cuarenta a los otros, so pena de convertirse en instrumentos del caos. (O)

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