Por décadas, hablar de "aprender durante toda la vida" era una aspiración educativa más que una práctica real. Pero la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en casi todos los aspectos del mundo laboral ha hecho que esta noción pase de ser deseable a imprescindible. La promesa, y a la vez amenaza, de una IA cada vez más potente ha colocado a las universidades frente a un dilema que exige acción inmediata: ¿Mantenerse como agentes pasivos frente a la disrupción, o convertirse en líderes de una transformación educativa que permita a las personas adaptarse, reinventarse y seguir siendo relevantes en un mundo en constante cambio?
El reciente informe de la UNESCO y la Universidad Abierta de Shanghái sobre las Tendencias internacionales del aprendizaje a lo largo de la vida en la enseñanza superior ofrece una fotografía global sobre cómo las instituciones de educación superior (IES) están (o no están) adaptándose a este nuevo paradigma. En un momento en que modelos como el recientemente lanzado GPT-5 pueden automatizar análisis, generar código o redactar ensayos con un nivel casi humano, el desafío para las universidades ya no es enseñar lo que la máquina no puede hacer, sino ayudar a los humanos a desarrollar la capacidad de aprender, reaprender y desaprender, una y otra y otra vez.
La automatización y la IA están transformando las competencias requeridas en el mercado laboral a una velocidad que las universidades tradicionales no habían previsto. Tal como señala el informe, el "aprendizaje activo" es ya una de las habilidades más buscadas por los empleadores. Pero, irónicamente, muchas instituciones aún operan con estructuras rígidas, centradas en programas largos, sin la flexibilidad que exige un entorno laboral que cambia cada cinco años o incluso menos.
Según la encuesta aplicada a 399 IES de 96 países, aproximadamente dos tercios de las universidades afirman tener legislación nacional que promueve el aprendizaje a lo largo de la vida (ALV). Sin embargo, muchas aún están en las primeras etapas de implementación efectiva. El compromiso institucional, aunque creciente, enfrenta barreras importantes: estructuras poco adaptativas, falta de financiamiento, y una débil articulación con el mundo laboral y con la comunidad.
Otro de los hallazgos preocupantes del informe es que el foco principal del ALV en las universidades sigue siendo el desarrollo profesional de trabajadores activos en sectores públicos y privados. Es decir, aquellos que ya están "dentro" del sistema. En contraste, se observa una menor atención a educandos no tradicionales, personas mayores, poblaciones vulnerables o migrantes. Es una contradicción evidente: hablamos de inclusión, pero seguimos diseñando desde la exclusión.
En este sentido, el reto no es solo de acceso, sino de pertinencia. ¿Cómo asegurar que lo que se aprende es útil, actualizable y adaptable a trayectorias no lineales de vida y trabajo? Las universidades deben ir más allá del currículo tradicional para convertirse en nodos activos de conocimiento distribuido y contextualizado, que acompañen las transiciones laborales de las personas, sin importar su edad o trayectoria.
Una de las recomendaciones más claras del informe es la necesidad de diversificar las formas de aprender, certificar y progresar. Las microcredenciales, el reconocimiento de aprendizajes previos y las rutas de admisión no tradicionales son piezas clave de esta transformación. No se trata solo de dar cursos en línea, sino de diseñar trayectorias reales que permitan a un técnico convertirse en ingeniero, o a una madre cuidadora reinsertarse en el mercado laboral con nuevas competencias.
Los datos lo confirman: más del 50% de las IES encuestadas ya implementan formas de credenciales alternativas, y alrededor de dos tercios ofrecen políticas de rutas de aprendizaje flexibles. Sin embargo, muchas aún exigen certificados tradicionales de secundaria como requisito de entrada, lo que evidencia la persistencia de una lógica excluyente. ¿De qué sirve ofrecer cursos en línea si las puertas de entrada siguen cerradas para quienes más lo necesitan?
La llegada de modelos como GPT-5 pone en evidencia tanto el potencial como los riesgos de la automatización. Por un lado, estos modelos pueden convertirse en tutores personalizados, asistentes de investigación o traductores simultáneos que democratizan el acceso al conocimiento. Por otro, también representan una amenaza directa para trabajos que durante años fueron considerados "seguros" desde lo cognitivo: traductores, contadores, incluso abogados o ingenieros junior.
En este contexto, el ALV no es solo una estrategia educativa, sino una política de supervivencia social. Y las universidades tienen la responsabilidad de liderar esta transformación. No solo deben enseñar sobre IA, sino formar a ciudadanos capaces de convivir, colaborar y construir junto con ella.
A la luz del panorama tecnológico actual, es posible delinear cinco acciones urgentes:
- Transformar el modelo educativo: Pasar de una estructura de carreras largas y rígidas a un ecosistema modular, flexible y permeable.
- Garantizar el acceso para todos: El ALV no puede quedar restringido a quienes ya tienen títulos previos. Hay que habilitar nuevas puertas de entrada.
- Reconocer lo aprendido fuera del aula: Desde experiencias laborales hasta aprendizajes informales, todo cuenta en una trayectoria de vida.
- Colaborar con el sector productivo y social: Diseñar trayectorias de formación en alianza con empresas, ONGs y comunidades locales.
- Incorporar la IA como aliada en la enseñanza: No para reemplazar docentes, sino para enriquecer la experiencia de aprendizaje.
La pregunta ya no es si debemos promover el aprendizaje a lo largo de la vida, sino cómo hacerlo con urgencia, profundidad y equidad. La inteligencia artificial no va a esperar a que las universidades terminen su proceso de reflexión. La ventana de oportunidad está abierta, pero no lo estará para siempre. En un mundo en el que los conocimientos caducan tan rápido como las tecnologías que los demandan, aprender a aprender se convierte en la competencia más importante del siglo XXI. Y es la universidad —o al menos, la que se atreva a transformarse— la que debe liderar este nuevo pacto educativo. (O)