En estos días participé en un taller denominado "Entrenamiento para entrenadores", con una duración de ocho horas diarias, durante dos días. Una de las consignas del instructor fue que, durante toda la jornada, estuviésemos presentes, haciendo referencia al mindfulness o "atención plena", lo que significaba estar en el aquí y en el ahora.
Destacó que el uso del celular debía ser limitado; en pocas palabras, que no lo utilizáramos mientras estuviésemos en la capacitación.
Ahora, desde el otro lado, como estudiante, sentí en carne propia lo que significa vivir esta consigna, la misma que insisto a mis estudiantes cuando iniciamos una clase y que no siempre tiene el efecto esperado. Me sorprendió notar cuán dependiente soy del celular, no tanto por las redes, sino por esa sensación constante de tener que revisar temas laborales o personales. Lo que sentí, en primera instancia al dejar de utilizarlo de manera constante, lo describiría como ansiedad... o quizás una especie de abstinencia.
Al final, limité su uso porque todo fue muy dinámico: trabajamos en grupo, realizamos exposiciones, participamos constantemente, hicimos juegos en la zona del jardín, reflexionamos... y algo llamativo para mí fue que no utilizamos la tecnología. Yo estaba acostumbrada a su uso constante en clase, porque primordialmente dicto clase en línea. Esta planificación del taller definitivamente ayudó a desconectar y, efectivamente, a estar presente.
Poco a poco, mi mente se tranquilizó y se adaptó a la realidad y al momento que estaba viviendo. Debo confesar que sí me costó, pero el limitar el celular a los tiempos de almuerzo o espacios libres me permitió descargar aquello que me estaba presionando... de forma innecesaria.
En algún momento el capacitador mencionó que nos hemos acostumbrado a la multitarea —esta que tantas veces he dicho a mis estudiantes que eviten—. La multitarea implica hacer varias cosas a la vez: mirar el celular, revisar redes sociales, contestar mails y al mismo tiempo "atender una reunión", o simplemente que tu mente no esté en el momento que debe estar. Lo que sucede es que, al no poner límites, generamos una sobrecarga cognitiva —o, dicho de otra manera, un agotamiento mental— que, si ya de por sí con una sola actividad se puede debilitar o desgastar, no se diga con más de una.
Luego vienen los olvidos, los dolores de cabeza y el estar en mucho... y en nada a la vez.
Con esto quiero decir que muchos, incluyéndome, hemos desarrollado una cierta dependencia al celular, a veces incluso innecesaria, porque nada ocurre —o al menos no me pasó a mí— si lo dejamos de lado por un momento.
Mi reflexión como docente también va por el hecho de que la planificación de una clase o de un taller debe ser pensada, diseñada de tal manera que sea el alumno el que haga y piense. Pero quienes debemos poner los medios para que esto suceda, somos los maestros o capacitadores. Y es una gran responsabilidad generar espacios de encuentro grupal, trabajo cooperativo y reflexión constante, para que no se dé espacio a interrupciones innecesarias a las que nos hemos acostumbrado... de forma voluntaria.
El autocontrol se ha visto mermado por el uso desmedido de la tecnología, sí. Sin embargo, es innegable que es un mecanismo necesario hoy en día para conectarnos, y que, bien usado, puede generar resultados eficaces en el aprendizaje.
Esta vez lo viví desde el otro extremo y me gustó, porque también entendí que menos es más y que se puede vivir, por un momento, en desconexión.
Mi mente lo agradeció. (O)