¿Economía al servicio del mercado o de la humanidad?
Mientras el neoliberalismo (y su variante neo mercantilista) exacerba la desigualdad y la crisis ecológica, y el progresismo no logra articular una hoja de ruta transformadora que supere los dogmas de la eficiencia ciega y la dependencia de los grupos de poder, el mundo se dirige hacia una polarización insostenible

Desde sus orígenes, la economía se ha debatido entre la descripción de cómo funciona la producción y la distribución de la riqueza, y la prescripción de cómo debería funcionar para alcanzar un ideal social. Este pulso intelectual ha modelado la historia, desde el Mercantilismo (la riqueza mediante la acumulación de metales preciosos y el saldo comercial favorable), hasta la irrupción de la Economía Clásica con Adam Smith.

Los clásicos postularon que la riqueza emanaba del trabajo y que la "mano invisible" del mercado, guiada por el interés individual y la libre competencia, alcanza el bienestar social. Más tarde, el Marxismo desmontó esta visión, sentando las bases de una economía crítica orientada al cambio social.

El siglo XX trajo consigo el Keynesianismo, que tras la Gran Depresión demostró la necesidad de la intervención estatal y la política fiscal para gestionar la demanda, alcanzar el pleno empleo y suavizar los ciclos económicos. 

En la actualidad, el pensamiento económico está polarizado por dos grandes tendencias, a menudo encarnadas por las élites, que se disputan la hegemonía global: por un lado la tendencia neoclásica-neo liberalismo, y  sus matices neo mercantilistas; y, por otro, los resabios progresistas, herencia de una Izquierda heterodoxa.

La tendencia neoclásica / neoliberalismo resucita los postulados clásicos, radicalizando la fe en el mercado. Sus bases teóricas, impulsadas por pensadores como Hayek y Friedman, se consolidaron en los años 80 con las políticas de Reagan y Thatcher. Postula que la liberación total de los mercados (desregulación, privatización, austeridad fiscal, bajos impuestos) es la vía más eficiente para asignar recursos y generar crecimiento. Defiende el "efecto derrame" (trickle-down), donde el crecimiento en la cúspide beneficiaría a toda la sociedad.

Si bien el neoliberalismo es su marco conceptual, la práctica de las grandes potencias hegemónicas suele adoptar formas neo mercantilistas: promueven el libre comercio a nivel global y utilizan  el poder estatal (en ocasiones proteccionista), para asegurar su balanza comercial positiva, y dominar mercados. Someten a países de menor desarrollo a roles de proveedores de recursos o mano de obra barata. El objetivo no es solo la eficiencia, sino el poder geopolítico y económico.

 La aplicación de estas políticas (ejemplo, el Consenso de Washington en América Latina) ha significado un enorme crecimiento de la desigualdad, la precarización laboral, la concentración de la riqueza, la financiarización de la economía y, a menudo, el deterioro ambiental. Los beneficios se concentran en una minoría, mientras la mayoría enfrenta una creciente inseguridad económica.

En la otra esquina, se encuentran las tendencias identificadas con la izquierda o el progresismo, herederas del keynesianismo, del estructuralismo y de la crítica marxista. Esta visión busca la explicación de las causas de los problemas sociales (pobreza, desigualdad, subdesarrollo) para poner la economía al servicio de las necesidades humanas. Propone la intervención estatal, una distribución más equitativa de la riqueza, el uso racional de los recursos naturales y la soberanía económica para definir modelos propios.

Los enfoques heterodoxos y críticos, aunque presentes, suelen ser minoritarios. Un problema central de esta corriente es su dificultad para definir posturas claras y unificadas que trasciendan la crítica y ofrezcan una alternativa económica sólida y pragmática ante la globalización neoliberal. En muchos casos, los gobiernos progresistas han aplicado reformas sociales importantes, pero han tenido serias limitaciones para transformar las estructuras productivas y financieras impuestas por el modelo hegemónico.

La contradicción actual se refleja profundamente en la academia. Gran parte de la formación de economistas, especialmente en las universidades de Occidente, incluido el Ecuador, sigue anclada en el dogma neoclásico, enfocada en modelos matemáticos y microeconómicos, en la observación de la economía a través de las cifras, que asumen la racionalidad individual y la eficiencia del mercado como axiomas. Los economistas formados en esta línea tienden a naturalizar las soluciones del mercado, incluso ante la evidencia de sus fallos.

Esta disparidad en la formación de economistas perpetúa el pensamiento dominante, haciendo difícil que surjan y se consoliden alternativas de política económica que realmente pongan el bienestar social y la sostenibilidad ecológica en el centro.

La ausencia de un pensamiento alternativo robusto, crítico y unificado es la mayor amenaza para el futuro inmediato. Mientras el neoliberalismo (y su variante neo mercantilista) exacerba la desigualdad y la crisis ecológica, y el progresismo no logra articular una hoja de ruta transformadora que supere los dogmas de la eficiencia ciega y la dependencia de los grupos de poder, el mundo se dirige hacia una polarización insostenible. (O)