Eliminar el subsidio al diésel era inevitable. Durante décadas, este beneficio representó una sangría para las finanzas públicas —más de 1.100 millones de dólares anuales— y se convirtió en caldo de cultivo para el contrabando, el clientelismo político y la minería ilegal. En teoría, retirar este subsidio debería liberar recursos para programas sociales y productivos. Pero en la práctica, el país se enfrenta a un dilema mayor: sin explorar y explotar de forma agresiva sus reservas de petróleo y gas, Ecuador solo se quedará con el costo político de la medida y sin el beneficio económico de transformarse en potencia energética.
El momento no podía ser más complejo. Protestas masivas, un nuevo estado de excepción, masacres carcelarias, pobreza creciente y un referéndum constitucional a la vista dibujan un escenario explosivo. Mientras el discurso oficial insiste en la bonanza, la calle refleja otra realidad: falta de liquidez, desempleo y desconfianza en el futuro.
La medida correcta, en el momento equivocado
En cualquier manual de economía fiscal, la eliminación de subsidios regresivos es lógica. El problema es que Ecuador llega a este punto sin un plan de transición sólido. El diésel, ahora más caro en un dólar por galón, golpea directamente a transportistas, campesinos y microempresarios. No existen mecanismos de compensación focalizada ni alternativas de movilidad o producción más eficientes.
En política, la gradualidad importa tanto como la técnica. Y aquí se evidencia la primera falla: se tomó la decisión correcta, pero sin la arquitectura social y productiva que permita absorber el choque. ¿Qué va a pasar después de la entrega de los bonos o compensaciones que se harán por una sola vez?
La geopolítica regional muestra otro camino
Mientras Ecuador se enreda en protestas, sus vecinos capitalizan sus recursos fósiles.
- Colombia registró este año su mayor aumento en reservas probadas de petróleo y gas en tres años. Ecopetrol cerró con 1,89 mil millones de barriles de petróleo equivalente, asegurando 7,6 años de autosuficiencia. Con una política clara de reinversión, Colombia no solo mantiene estabilidad fiscal, sino que refuerza su rol exportador en hidrocarburos y carbón. La renta energética se transforma en colchón para infraestructura, seguridad y desarrollo.
- Perú, aunque produce apenas 40.000 barriles diarios frente a un consumo que supera los 250.000, ha sabido proyectarse como jugador regional en gas natural. Su capacidad exportadora, diversificación de mercados y licitaciones petroleras le han permitido atraer inversiones y sostener crecimiento, pese a depender todavía de importaciones. El mensaje es claro: no basta con tener reservas; hay que convertirlas en mercado, infraestructura y estrategia.
Ecuador, en cambio, parece inmovilizado. Con más de 8.000 millones de barriles en reservas potenciales, sigue discutiendo sobre subsidios en vez de decidir cómo convertir su riqueza subterránea en empleo, ingresos y competitividad. No desea abandonar el modelo contractual de servicios que aplica EP Petroecuador y esto le significa apenas 5 dólares por barril de beneficio neto.
Los riesgos de quedarse a medio camino
- Vulnerabilidad externa: al liberar el subsidio sin aumentar producción, el país se expone a la volatilidad de los precios internacionales del crudo y del diésel.
- Costos sociales acumulados: sin bonos focalizados ni alternativas claras, el golpe recae sobre quienes menos pueden absorberlo.
- Infraestructura rezagada: el robo de combustibles y la inseguridad en oleoductos cuestan millones al Estado, mientras las inversiones en exploración siguen postergadas.
- Inconsistencia política: Ecuador elimina un subsidio con un discurso de modernización, pero sin un plan paralelo para potenciar refinación, petroquímica o transición energética ordenada con recursos económicos provenientes de la producción petrolera.
De país rentista a país energético
El verdadero debate no es si Ecuador debía eliminar el subsidio —era ineludible—, sino qué hará con los recursos liberados y con los millones de barriles que aún descansan bajo tierra. En un mundo que sigue consumiendo más de 100 millones de barriles diarios de petróleo, pensar en un futuro sin hidrocarburos es ingenuo.
Colombia y Perú demuestran que la clave no está en el discurso, sino en la ejecución. Explorar, producir, exportar y reinvertir son verbos que generan empleo y confianza. En Ecuador, en cambio, seguimos atrapados en promesas y subsidios que disfrazan la falta de decisión política.
Conclusión
La eliminación del subsidio al diésel es apenas un primer paso —doloroso, pero necesario— hacia una economía más sostenible. Sin embargo, sin un plan de explotación responsable de petróleo y gas, la medida quedará como un gesto aislado, incapaz de resolver la crisis estructural del país.
Ecuador necesita decidir si quiere ser un país que vive de ajustes fiscales y discursos de "bonanza", o un país que convierte sus recursos energéticos en motor de desarrollo real. En este dilema, el tiempo corre en contra: mientras seguimos discutiendo, nuestros vecinos producen, crecen y se posicionan.
En petróleo, como en política, las promesas en redes sociales no suman barriles: se necesita decisión, inversión y ejecución. (O)