Según corresponde al citar un término de exiguo uso en el lenguaje diario, partamos de su acepción ordinaria. Para el Diccionario de la lengua española (RAE), "nihilismo" es la negación de todo principio religioso, político y social, y de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral. El vocablo proviene del latín "nihil", traducido "nada". Tan sencilla definición lingüística, en el ámbito académico tiene connotaciones harto profundas en tanto conlleva un cuestionamiento del hombre a su vida. En particular, es un desafío a valores que procuran ser impuestos más allá del buen juicio.
En la literatura, simbólico es Fiódor Dostoyevski (1821-1881), quien con su habilidad para percibir manifestaciones psicológicas y sociológicas, refiere en algunas de sus obras a degradaciones de valores, representativas de nihilismo: Los demonios, y Crimen y castigo. Cita al abogado defensor del asesino instruido, siendo que, a diferencia de las víctimas, este criminal tiene cultura y dinero. También, a jurados que absuelven a culpables; y a quien mata para sentir el escalofrío de matar. Igual, comenta la "docilidad" de los tontos, quienes se dejan convencer de todo tipo de estupideces. Actitudes y reacciones contextuadas en la crítica al romanticismo literario imperante en la Europa de entonces. En sociedades de escasa cultura política -asociada, en general, a la tosquedad intelectual- es el caso de masas poblaciones alucinadas por líderes mediocres, que pueden ser populistas o simplemente vulgares.
Para la sociología, el nihilismo es una crisis de valores. Pero no de virtudes y vigores etéreos... sino objetivos en el ministerio humano. Cuando la sociedad niega dignidad a sus miembros -o parte de estos se arroga facultades de decidir sobre el decoro de otros- emprende en un proceso de indignificación, concurrente en la nada social. El desarrollo histórico a la vera de la razón genera fenómenos distorsionantes de la naturaleza humana. Así, desde varias esquinas, los agentes sociales pretenden transmitir valores carentes de sustancialidad versada.
En ello la religión es emblemática, pues ha logrado engendrar antivalores en ciertos estratos poblacionales. Así tenemos a la culpa mística, que lleva al hombre a asumir conductas autoagresivas degradantes. El "yo pecador", con golpe de pecho incluido, es exteriorización de baja autoestima representativa de negación de la libertad humana. Lo es desde el momento en que el hombre asume al pecado como transgresión extática, que en lógica jamás lo es. Lo referíamos en algún ensayo académico: el pecado es una impotencia psicológica -que no religiosa- a título de yerro, que en la teoría de Baruch Spinoza (1632-1677) es la debilidad humana para dominar las pasiones... o ignorancia que obnubila la razón.
Vamos a por evocaciones filosóficas. Su origen remoto podemos encontrarlo en la escuela de los cínicos (Antístenes, siglo IV a. e. c.) y en principios del escepticismo. Siglos después nos topamos con la declaración de nihilismo de Friedrich Heinrich Jacobi (1743-1819), filósofo alemán poco estudiado por la historia de la filosofía, pero de profundo pensar. Dirigiéndose a Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), dice que no le disgustaría que él llamara "quimerismo a aquello que opongo al idealismo, al que tacho de nihilismo". Sienta las bases de lo que será la disociación entre la idea como abstracción y la experiencia como hecho incuestionable. De allí que Jacobi hable de la contradictoriedad de los conceptos "persona impersonal" y "yo sin mí mismo".
La razón se opone al idealismo, por lo cual corresponde al hombre buscar lo verdadero en la verdad por sí misma. La verdad ilusoria es la nada. Esta es una importante objeción metafísica a la contemplación insulsa promovida por la Iglesia católica.
Llegamos al nihilismo nietzscheano. Según Friedrich Nietzsche (1844-1900), es un proceso histórico. Uno de desvalorización de valores generada por "la muerte de Dios". Este fallecimiento, en el alemán, es imperioso siendo que el propio hombre se encargó de "inventar fábulas acerca de otro mundo distinto de este (...) en que tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de otra vida distinta de esta, mejor que esta". Frente a tal y tan sinsentido, no cabe sino matar a quien ha condenado al hombre a renunciar a su libertad de ser pensante. Teorización que, al margen de convicciones religiosa que cada uno es libre de tenerlas, enuncia un postulado llamado a ser meditado sin apasionamientos. Pero con la inteligencia que demanda de un deber superior en racionalización.
No es que el fin de Dios, cualquiera sea Este, deje al hombre sin valores. Por el contrario, ese deceso impone al individuo obligaciones de mayor respeto hacia sí mismo. Con el sepelio de Dios nacen del, y en el, hombre sumos valores de su conciencia. Es decir, discernimientos tangibles, descontaminados de ponderaciones fantásticas, inventadas o idealísticas, convergentes en nihil, y por ende en nihilismo. (O)