Se acerca la navidad, esa época del año que brilla en luces, se llena de música y nos invita - aunque sea por unos días- a bajar el ritmo, mirar hacia dentro y compartir con quienes amamos. Para algunos, diciembre es sinónimo de alegría, para otros de nostalgia. Lo cierto es que es un tiempo donde las emociones afloran y donde el valor de lo que realmente importa vuelve, aunque sea por momentos, a ocupar el dentro de nuestra atención.
Más allá de creencias religiosas o costumbres particulares, diciembre es una oportunidad para reencontrarnos con lo esencial: la familia, el afecto, la gratitud y la esperanza. Sin embargo, este año - como tantos otros en nuestra historia reciente - llega marcado por una sensación de vulnerabilidad. La inseguridad, la incertidumbre económica y la tensión social atraviesan nuestra cotidianidad. ¿Cómo celebrar cuando hay tanto por que preocuparse? ¿Cómo hacer de estas fechas algo significativo aun cuando las circunstancias no son las ideales?
En momentos de crisis, volver a lo básico es un acto de amor. Armar un árbol con materiales reciclados, porque a veces toca - de hecho aún recuerdo el árbol de navidad de mi infantica, un trozo de madera cilíndrica perforada, en el que incrustábamos alambre doblado y forrado con papel de regalo metalizado, hacía que con la luz brille y en verdad me gustaba- cualquier menú queda bien, escribir cartas en lugar de comprar cosas, cantar villancicos compartir recuerdos mirando fotos antiguas, y no estoy romantizando la pobreza, solo busco alternativas, todo deja huella. Finalmente, lo que los niños recordarán son esos momentos compartidos con quienes aman.
Vivimos días difíciles en nuestro país, hace poco se conmemoró un año de la desaparición y muerte de los 4 niños de las Malvinas, en ese punto de inseguridad estamos. En muchos lugares, salir a la calle implica miedo, las noticias están cargadas de violencia y la sensación de fragilidad nos atraviesa. Es justamente por eso que la familia - en todas sus formas posibles - cobra más sentido que nunca.
Tener un espacio seguro donde ser uno mismo, donde sentirse amado, donde poder hablar sin temor y encontrar consuelo, es quizás el mayor lujo en estos tiempos. Y sin ese espacio no existe, este mes puede ser el momento para empezar a construirlo.
Reunirnos en torno a la mesa para compartir los alimentos, apagar por un momento el celular, mirarnos a los ojos, preguntar y preguntarnos cómo estamos - de verdad- puede ser más transformador que cualquier regalo. La conexión humana, cuando es sincera, tiene un poder reparador.
Aquí algunas ideas para quienes buscan hacer de esta Navidad algo especial en familia, incluso con limitaciones económicas:
- Escribir cartas con propósitos o agradeciendo, tal vez recordando algo lindo o deseando algo bueno.
- Reunir objetos o cualquier objeto que represente el tiempo que estamos viviendo, para crear una cápsula del tiempo y guardarla para abrirla dentro de unos años.
- Organizar una noche de recuerdos, compartir historias familiares, mirar fotografías, recordar a quienes ya no están y lo que dejaron en nosotros.
- Compartir alimentos, no se trata de abundancia, sino del momento, de compartir. Cocinar juntos también es un acto de amor.
- Antes de cenar, alguien puede decir algo por lo que se siente agradecido.
Estas fechas también son una oportunidad para educar emocionalmente. Para enseñar a los niños que compartir es más valioso que acumular, que dar no siempre implica comprar, que el afecto se demuestra en acciones pequeñas, que la solidaridad, la empatía y el cuidado son regalos que se multiplican.
No sabemos cómo será el año que viene, pero sí sabemos que la forma en que terminamos este puede marcar una diferencia. Que podemos elegir cerrar con cercanía, con ternura, con gestos que sanen.
No tiene que ser una Navidad perfecta, solo necesita ser real. (O)