No hay discusión: los algoritmos nos acompañan en nuestro día a día. En el trabajo cuando usamos una herramienta de inteligencia artificial para facilitar una tarea, al ordenar comida a través de una aplicación o al seleccionar una película en una plataforma de streaming. También están presentes en la esfera pública digital y en las redes sociales.
Como no puede ser de otra manera, la política y los medios también están a merced de los algoritmos, con consecuencias que recién empezamos a asimilar y comprender. Uno de los efectos está en la opinión pública, ese espacio en permanente construcción donde coinciden poder y comunicación.
El investigador español Víctor Sampedro Blanco, en su texto Teorías de la comunicación y el poder, Opinión pública y pseudocracia, asegura que "los algoritmos -mejor dicho, sus propietarios: los magnates del mercado de datos- auscultan y dan forma a la opinión pública del siglo XXI".
Con los algoritmos marcando el ritmo en la relación entre poder, comunicación y opinión pública, el concepto de control escala y quienes se encargan de eso asumen un nuevo rol, basado en los datos, en el escrutinio constante de lo que se dice en la esfera pública digital. Los algoritmos son una suerte de amo de los ciudadanos, que creen que sus opiniones y criterios son tomados en cuenta, sin advertir que están dentro de una espiral comunicacional en la que el cambio social es una utopía.
Las redes, en la que los algoritmos dirigen los contenidos, "crean momentos donde la balanza del poder comunicacional pareciera, apenas leve y temporalmente, inclinarse a favor de los excluidos", añade Sampedro.
Ante lo que asevera este investigador vale recordar que en el mundo de las redes sociales los productos somos los usuarios de estos espacios. Nuestra información, que la compartimos sin mayor reparo, es materia prima muy apetecida por las grandes corporaciones de distintas industrias, que a la final son las que financian a las gigantes tecnológicas, esos nuevos templos del ser humano, con los algoritmos como los nuevos sacerdotes.
Esto tiene efectos potentes en la democracia en general y en la formación de la opinión pública, sometidas a enormes fuerzas tecnológicas y empresariales. Y eso impacta directamente en la ciudadanía. Un simple dato puede cambiar el destino de millones de personas.
El efecto de lo señalado es que la democracia, tal como la conocemos desde sus orígenes en la Atenas del siglo V a.C. está en juego. Así lo demuestran hechos comprobados como el Brexit o la manipulación que hizo Cambridge Analítica con las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El muñequeo político ahora se mueve en los espacios virtuales, en los canales digitales, en donde los algoritmos forman y deforman a la opinión pública y a la democracia. (O)