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Los docentes se enfrentan a retos constantes y a momentos de cansancio, porque no podemos negar que trabajar con personas implica responsabilidad: de ti dependen muchas cosas y debes tener virtudes como la comunicación asertiva con tus estudiantes y sus familias, la capacidad de resolver conflictos, el autocuidado, la conciliación entre familia y trabajo

22 Agosto de 2025 13.56

Ya está por iniciar el año escolar y muchos de nosotros nos hemos visto organizando los útiles y finalizando las vacaciones con nuestros hijos. Recibimos correos con información sobre el año escolar, los nuevos docentes y más. Y es aquí donde me he puesto a pensar: ¿qué motiva a un docente a volver a un periodo de 10 meses en el que, sin duda, se enfrentará a muchos retos y también a muchas satisfacciones?

Varias veces he escuchado frases como: "No sé cómo pueden", "No sé cómo lo logran", "Yo no podría", al referirse a que los docentes trabajan con grupos de niños, niñas y adolescentes, y en general con grupos diversos, donde cada persona en el aula es un mundo que requiere atención personalizada, cuidado y un riguroso proceso de enseñanza. No es poco. Pero cada vez que vuelvo a estos comentarios, siempre concluyo que lo que mueve a un docente —o al menos debería motivarlo a continuar— es la tarea humana de transformar vidas, generando aprendizajes que también son un descubrimiento para quien los enseña: enseñar a los niños a descubrir el mundo de la lectura, de la lógica, del razonamiento, de la reflexión, de sus propias emociones y del pensamiento crítico, por mencionar solo algunos aspectos; enseñarles a desenvolverse de forma autónoma; y luego, verlos crecer, salir de tu clase mucho más maduros y, ¿por qué no?, más felices.

Pero no todo es tan sencillo. Todos los docentes se enfrentan a retos constantes y también a momentos de cansancio, porque no podemos negar que trabajar con personas implica mucha responsabilidad: de ti dependen muchas cosas y debes tener virtudes tan importantes como la comunicación asertiva con tus estudiantes y sus familias, la capacidad de resolver conflictos de manera oportuna, el autocuidado, la conciliación entre familia y trabajo, y también la capacidad de no involucrar tu parte anímica con lo que sucede en cada aula. Porque, al final, trabajas con personas en proceso de crecimiento, a quienes modelas conductas todo el tiempo.

Al final, hay algo que genera mucha satisfacción: la sonrisa de los estudiantes, el abrazo y la gratitud de quienes, al finalizar el año escolar, se muestran felices de haber compartido el aula. Estoy convencida de que el estudiante es el centro del aprendizaje, pero nada podría darse sin la mediación y guía de un docente.

Recordemos que un docente motivado puede generar un gran impacto en su aula, reflejado en bienestar, pero también sus expectativas y creencias generan influencia directa en sus estudiantes. Hoy, ya no solo se trata de formar a los docentes en contenidos y metodologías, que si bien son importantes, solo producen el efecto esperado si ellos están bien y valoran que el éxito no está solo en transmitir conocimientos, sino en generar impacto en la vida de sus estudiantes. Esto solo es posible si conocen sus nombres, valoran sus vidas y son capaces de ir más allá de un libro, atreviéndose incluso a sanar corazones si fuera necesario.

Hay una canción de Fito y Fitipaldis que, en un encuentro con docentes, me atreví a poner como parte de una corta charla que debía dar. Parte de su letra dice: "Si es por el maestro nunca aprendo, a coger el cielo con las manos, a reír y a llorar lo que te canto, a coser mi alma rota... y empezar la casa por el tejado". Me atreví a interpretarla y les decía que, como docentes, debemos evitar que nuestros estudiantes se decepcionen de su escuela: no debemos impedirles ir más allá, romper esquemas, reír y llorar, tratar de entender sus emociones, coser almas rotas —porque en un aula puede haber varias— y que, sin atender estos dolores, el aprendizaje no permanece. Y, sobre todo, podemos, aunque suene raro, empezar una casa por el tejado: romper con clases monótonas y tradicionales, aprender cosas nuevas, metodologías innovadoras, utilizar la tecnología y, sobre todo, valorar los cimientos que ya tenemos, pero también desaprender para actualizar y renovar aquello que podemos seguir aprendiendo.

Suena soñador e inspirador, pero debemos darnos cuenta de que los docentes requieren acompañamiento, evaluación y retroalimentación constante. Necesitan cargar su batería y su energía, y esto solo se logra a través de un auténtico afán por guiarlos y ser parte de su caminar. (O)

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