La epidemia de los que no saben que no saben
La incompetencia ya no se esconde, se exhibe. Y lo más grave: suele estar convencida de que es virtud. En Ecuador y cruzando todo el continente, la ignorancia disfrazada de confianza se sienta en mesas de decisión, preside reuniones, legisla, juzga, impone aranceles y firma decretos. No se trata solo de incapacidad técnica. Es la ceguera de quien no sabe, pero tampoco sospecha que ignora.
Cipolla y sus 5 leyes de la estupidez humana, tenía razón
Carlo Cipolla describió a la persona estúpida como aquella que perjudica a otros sin beneficiarse, incluso dañándose a sí misma. ¿Les suena familiar? Desde políticas públicas contraproducentes hasta decisiones empresariales que van contra todo sentido común, el continente parece seguir al pie de la letra las leyes de Cipolla. Y como él mismo advirtió, subestimar a estas personas es el error más caro que podemos cometer.
El Dunning-Kruger "a la ecuatoriana"
A este panorama se suma el efecto Dunning-Kruger: individuos con baja habilidad que se creen expertos. Políticos sin preparación que despotrican con aplomo. Empresarios que confunden herencia con mérito. Funcionarios que creen que mandar es lo mismo que liderar. Y mientras los verdaderos competentes dudan, los incompetentes ocupan micrófono, pantalla, presupuesto y poder.
La recompensa a la arrogancia incompetente
Vivimos en sociedades que premian la apariencia por encima de la sustancia. Quien tiene más seguridad al hablar suele parecer más preparado, aunque no sepa de qué habla. La oratoria hueca reemplaza al argumento, y la narrativa emocional aplasta al dato. Así, el arrogante ignorante, escala, mientras el sabio prudente se autoexilia. No es solo una falla del sistema: es una validación colectiva de la estupidez performativa. Lo peligroso ya no es que el incompetente crea que sabe, sino que los demás lo crean también.
Cuando el ego gobierna, la razón se exilia
Schopenhauer no fue condescendiente: la estupidez no es solo falta de inteligencia, sino ceguera espiritual. Es actuar contra el propio interés, convencido de tener la razón. Pero el filósofo fue más allá: sostuvo que la inteligencia molesta, porque desnuda la mediocridad colectiva. Por eso, en vez de promoverla, la sociedad tiende a marginarla. ¿Quién querría a alguien que haga incómodas preguntas en una reunión familiar, del Directorio o de partido político de moda? en su lugar tenemos a los infaltables levanta manos, esos cuya única razón de vida es inflar el ego infinito de sus narcisistas lideres.
La moral del idiota peligroso
Peor aún es el estúpido con principios. El que cree hacer el bien mientras siembra el caos. El que, armado con una narrativa heroica, defiende posturas absurdas y destruye lo que juró proteger. El que se niega a aprender, porque su moral le impide dudar. Y en nuestras latitudes, donde el populismo emocional reemplaza la evidencia, estos personajes proliferan.
¿Y si la estupidez es funcional al poder?
Tal vez la pregunta incómoda sea esta: ¿qué pasa si la estupidez no es un accidente, sino un recurso? Un individuo ignorante, que no cuestiona, que repite lo que le dicen y actúa por impulso o lealtad ciega, es más útil al poder que alguien con pensamiento crítico. La estupidez se vuelve funcional: protege jerarquías, perpetúa privilegios y mantiene distraída a la ciudadanía. En ese sentido, cultivar incompetencia no es torpeza. Es estrategia.
¿Se puede educar la autoconciencia?
Sí, pero no con slogans. Necesitamos educación que enseñe a pensar, no a obedecer. Que forme criterio, no solo carreras. Que fomente la autocrítica, la duda razonable y el diálogo informado. Y necesitamos también medios valientes que denuncien, no solo la corrupción, sino la estupidez estructural que nos mantiene atrapados en un eterno déjà-vu político y social.
El silencio de los capaces es cómplice
En este escenario, la voz del competente suele callar. Por modestia, por miedo o por agotamiento. Pero ese silencio es parte del problema. No basta con saber más: hay que decir más. Desenmascarar la incompetencia no es arrogancia, es responsabilidad. Porque, como decía Cipolla, el daño no viene siempre del villano. A menudo viene del estúpido, que cree estar salvando el mundo. (O)