Francisco: fraternidad y amistad social (I)
Müller expresó su oposición a la participación y voto de laicos en los sínodos de obispos. Afirma que estos tienen una autoridad no confundible con la "posibilidad de hablar" de todos los bautizados. Agrega, "equivocado es confundir la iglesia con una organización política". Sus palabras caen por propio peso. La historia demuestra que -a la vera de que la iglesia "no debería" ser una organización política- Roma ha intervenido con intereses políticos en muchos de sus actuares.

Al terminar la redacción de los tres artículos de esta serie, el cardenal Robert F. Prevost era elegido papa. Salvo por sectores opuestos a una Iglesia católica progresista -sustentadores de posiciones des-decidoras de ella, que la han sumido en deterioro ético y teológico-el mundo confía en que León XIV camine por la senda "liberal" de Francisco. Sus avances no fueron suficientes, pero ofrecieron esperanzas de una iglesia comprometida con la sociedad más allá de sus "verdades" arcaicas, que demandan de revisión crítica.

Con tan solo diecisiete años, Jorge M. Bergoglio ingresa al seminario de Villa Devoto, Buenos Aires. En 1958, pasa al noviciado de la Compañía de Jesús. Continua su formación académica en Chile, España y Alemania, donde obtiene un título en teología. Ejerció como provincial de los jesuitas durante los funestos años de la dictadura militar argentina. Episodios confusos de la época generaron cuestionamientos al ejercicio de su cargo; hubo quienes que lo acusaron de complicidad con el régimen castrense. En 1998, asume el arzobispado titular de Buenos Aires, primado de Argentina. En 2001, Juan Pablo II (1920-2005) lo designa cardenal. En 2013, Bergoglio es elegido papa... Francisco, nombre que lo adopta en honor a Francisco de Asís (1181-1226) y a Francisco Javier (1506-1552), fundador de los jesuitas junto con Ignacio de Loyola (1491-1556).

Durante los doce años de su papado, Francisco publica cuatro encíclicas. Estas cartas -en nuestro criterio, en particular la Fratelli tutti (Sobre la fraternidad y la amistad social) de 2020- más que recados teológicos, transmiten mensajes de su honda conciencia en solidaridad... y de la necesidad de una iglesia comprometida con auténtica justicia social. Todo para angustia y desazón de católicos reaccionarios, opuestos a cuanto pueda significar progreso, sin perjuicio de que ello profundiza la decadencia de una Iglesia católica que no encuentra su norte ya por siglos. El descontento entre los feligreses es irrelevante, pues normalmente no "razonan más allá de su sinrazón", excepto por auténticos conocedores de la religión. El real problema para la iglesia está en sus dirigentes fundamentalistas; esos aferrados a dogmas, incapaces de entender que el catolicismo suplica por actualización en sus enunciados.

A raíz del fallecimiento de Francisco, la prensa recogió declaraciones del cardenal Gerhard L. Müller (1947), obispo de Ratisbona, Alemania. Para este "representante" del conservadurismo católico, la muerte del papa marca el fin de una era, cuyo último juicio, dice, corresponde a Dios. No obstante, se permite emitir opiniones que suenan a juzgamiento, pudiendo incluso interpretarse como cuestionamientos a la infalibilidad papal, al margen del absurdo de este "dogma".

En línea de lo que fue su paso por la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio, Inquisición), Müller reprocha a Francisco el acuerdo con China en relación con el nombramiento consensuado de obispos con Beijín. Para aquel, tal conformidad entraña traición a los principios de la fe católica. Asimismo, considera que la bendición informal de parejas homosexuales es una relativización del matrimonio, llamada a ser "aclarada" por el próximo papa. ¿Acaso esto no es juzgar a Francisco?

El extremista Müller expresó su oposición a la participación y voto de laicos en los sínodos de obispos. Afirma que estos tienen una autoridad no confundible con la "posibilidad de hablar" de todos los bautizados. Agrega, "equivocado es confundir la iglesia con una organización política". Sus palabras caen por propio peso. La historia demuestra que -a la vera de que la iglesia "no debería" ser una organización política- Roma ha intervenido con intereses políticos en muchos de sus actuares.

El cardenal rechaza el interés de Francisco por colocar a mujeres frente a dicasterios vaticanos. Así, no solo menosprecia a la mujer, pero además ubica a los cardenales en situación de superioridad ética y académica, que la experiencia confirma no siempre la tienen.

Müller habla de los islamistas como seres que "creen en Dios a su manera". Olvida que, igual, los católicos creemos en "nuestro Dios a nuestra manera", lo cual es propio de todas las religiones. Desatiende también a lo ocurrido durante las Cruzadas y los obscuros años de la Inquisición, en que la matanza de seres humanos se dio en nombre de Dios... porque Dios así lo quería. Un mal de todo fundamentalismo es subsistir aislado de la realidad.

Cierra sus nefastas declaraciones argumentando que la iglesia no es una "organización internacional humanitaria y social", y que el papa "no es símbolo de una religión secularizada". Estas palabras quedan a interpretación de cada quién. Lo único cierto es que la Iglesia católica no puede dejar de lado su faceta socio-humanitaria, ni el papa abstraerse de la secularización como un fenómeno presente e irreversible. (O)