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En días como los que transcurren, marcados por miedos e incertidumbres, nunca está demás intentar conversar con otras personas que, más que seguro, sienten lo mismo que uno, tienen las mismas preocupaciones, las mismas dudas o las mismas alegrías.

15 Enero de 2024 06.15

Siempre hay que hablar con la gente. En el taxi, en el bus, en los restaurantes, en el mercado o en el supermercado, en el parqueadero o en la fila del banco. Hay que conversar, hay que conectar con otros. Hay que hablar sobre los temas que impactan en todos nosotros.

En días como los que transcurren, marcados por miedos e incertidumbres, nunca está demás intentar conversar con otras personas que, más que seguro, sienten lo mismo que uno, tienen las mismas preocupaciones, las mismas dudas o las mismas alegrías. Ser empáticos no es difícil y casi siempre abre puertas, crea lazos y nos deja una sensación de que hicimos algo por los demás.

Uno de mis tíos, un sociólogo multifacético que en las mañanas trabaja en su taller de muebles, en la tarde analiza la política nacional en medios de comunicación y en las noches juega fútbol, tiene esa buena costumbre. Su argumento es sencillo y efectivo: 'para entender lo que pasa en Ecuador siempre es bueno conversar para conocer otras miradas sobre la economía, la política y otros temas', suele decir cuando conversamos.

Los taxistas, pensamos muchos, son una suerte de psicólogos y sociólogos. Pueden hablar de deportes, política, clima y amor, en una carrera de 10 minutos. Son confidentes de muchos conocidos y hablar con ellos es una suerte de terapia. Esa misma terapia uno la da o la recibe cuando en un ascensor, por ejemplo, pregunta a un desconocido si está haciendo teletrabajo o sobre si en su barrio las cosas están peligrosas. Pasa lo mismo cuando en el estadio o en una cafetería las miradas terminan en una conversación que inicia en temas políticos y avanza sobre el nuevo jugador de moda.

Recuerdo que en las pasadas elecciones presidenciales decidí hacer una encuesta exprés durante un paseo en bicicleta en los alrededores de Píntag. Algunos no respondían a mis preguntas hechas a pedal, pero otros se animaban a dar una respuesta con argumentos y surgieron conversaciones que hasta ahora recuerdo con detalle.  Nunca está demás preguntar con cortesía para saber qué están pensando y sintiendo otros.

Los tiempos que vivimos, marcados por la tecnología y las pantallas, muchas veces imposibilitan que las conversaciones empiecen y menos aún fluyan. Puede ser triste y frustrante, pero hay que seguir golpeando puertas, hay que seguir conectando con las personas, lanzando una pregunta y esperando una respuesta.

Hablar con la gente es un ejercicio social, una terapia, un encuentro con uno mismo y con otros. Hablar significa interesarse por lo que ocurre en nuestras vidas. Hablar con otros alivia y reconforta. (O)

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