Forbes Ecuador
Duelo
Columnistas
Share

"La muerte no es lo contrario de la vida, sino una parte de ella." — Haruki Murakami

8 Agosto de 2025 14.44

Tenía cinco años cuando viví, por primera vez, el dolor de una pérdida. Mi abuelita —que vivía con nosotros— salió un día de la casa y nunca más volvió. La bajaron por las gradas en brazos de algunos de mis tíos. Lo siguiente que recuerdo es estar con todos mis primos y mi hermano mayor, llorando desconsoladamente durante horas, esperando noticias. Ella no se iría de este mundo sin ver a mi hermano por última vez.

Hasta entonces, solo sabía que tenía algunos dolores. Jamás percibí que algo malo pasaba con ella. Años después supe que tenía cáncer, y que no logró vencerlo. El dolor que sentí, siendo niña, era difícil de explicar. Era un vacío enorme, una soledad imposible de nombrar. Ella pasaba las tardes conmigo, me recibía cuando regresaba de la escuela, me acompañaba y me miraba mientras hacía mis deberes. No tengo un solo recuerdo en el que me haya gritado o reprendido de forma agresiva. Era una abuelita de esas que parecen una segunda mamá.

Perderla fue el inicio de algo que hoy reconozco como una crisis de ansiedad y un duelo poco comprendido. Tras su partida, sentí que la alegría se me escapó. Me volví más introvertida. Me hacían falta ella y sus detalles: ya no estaban sus gestos cotidianos, esa manzana acaramelada o la espumilla y el café de la tarde. Con su ausencia no aparecieron los problemas: simplemente todos estábamos tristes. Y la tristeza, sin ser comprendida ni acompañada, se convirtió en frustración. En una emoción desbordada.

Sigo recordándola hasta hoy como la mejor abuelita del mundo.

Escribo esto porque, últimamente, he pensado mucho en el duelo, en el miedo que le tenía a la muerte, y en todo lo que implica perder a alguien —o algo— importante. Hace un año asistí a un taller sobre el duelo. Lo hice por curiosidad, o quizá porque, de manera inconsciente, necesitaba entender el dolor que produce una pérdida y, 35 años después, sanarlo.

Entendí que existen muchos tipos de duelo. Está el duelo anticipado, cuando sabemos que una pérdida es inminente. El duelo por la pérdida de una amistad, de una mascota, de un lugar que tuvimos que dejar, de un diagnóstico inesperado, o del embarazo que se perdió y nadie supo. Toda pérdida que deja un vacío, que duele, merece ser transitada. Y ese tránsito no siempre es estable: hay días en los que nos sentimos bien, y otros en los que no tanto. Días en que extrañamos más, y otros en los que parecemos aceptar, aunque aún duela.

Leí sobre los duelos invisibles: pérdidas de las que poco se habla, pero que también duelen. Y necesitan ser reconocidos y gestionados. Incluso muchas veces con apoyo terapéutico y espiritual, porque nos enseñaron a valorar la vida, pero a despreciar la muerte. 

Volviendo a la historia de mi abuelita, creo que el dolor fue intenso por mucho tiempo. A veces se cree que los niños no sienten igual, pero yo pienso lo contrario: el dolor infantil puede ser más intenso, más puro, porque los niños se conectan desde el afecto sin filtros.

Hoy sé que el duelo necesita ser vivido, llorado, aceptado, gestionado. Pero nunca debe ser invalidado. Hoy acepto más a la muerte como parte de la vida, pero todavía le tengo resistencia, de todas maneras, desde mi creencia, siempre pienso que, aunque ya no estén con nosotros, algún día nos volveremos a encontrar. Y todo será mejor.

A ti, por tanto, amor.
A ti, por llegar a mi vida para dejar una versión mejor de mí que aún estoy descubriendo.
Hasta que nos volvamos a encontrar.(O)

10