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Depresión
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La depresión no distingue edad, género, raza, etnia o estatus socioeconómico; es una enfermedad grave con consecuencias severas para la familia, la economía, los estudios, la salud y el bienestar de toda la sociedad. Hablar de depresión y enfrentarla es el primer paso para desarrollar programas de prevención, intervención y ayuda.

02 Febrero de 2022 14.18

La noticia que sacude al mundo el 31 de enero es que la reina de belleza estadunidense Cheslie Kryst habría muerto por suicidio. ¿Cómo una chica tan bonita, joven, con reconocimiento de su belleza, con un trabajo prometedor y un gran potencial de impacto puede estar deprimida? ¿Cómo alguien que tiene salud y estabilidad económica puede estar triste? Estas son las preguntas comunes que se escuchan detrás de un caso como el de Cheslie. Poco conocemos de esta temible enfermedad. 

La depresión, así como cualquier enfermedad, tiene manifestación biológica. En el caso de la diabetes, por ejemplo, que tiene una afectación en la producción de insulina por el páncreas, la depresión también presenta deficiencia en la producción de serotonina, dopamina, noradrenalina, endorfina y cortisol. Sin embargo, a la persona diabética nadie la juzga por no poner de parte, nadie le pide que ponga más ganas. No existe contra esos pacientes un estigma de que ellos están provocando estas enfermedades siendo débiles. Campañas para luchar contra estas falsas creencias del origen de la enfermedad han tenido éxito en otros países. 

La pandemia solo ha empeorado estas cifras. Un metaanálisis (realizado en 204 países con el fin de entender el aumento de casos de depresión y ansiedad a nivel mundial a causa de la pandemia) reveló un aumento del 27.6 %. Esto significa que 53.2 millones de personas en el mundo sufren esta enfermedad (Lancet, 2021). 

En Ecuador es momento de concientizarnos sobre la incidencia del suicidio, la consecuencia letal de la depresión. En 2020 se registraron a nivel país “9 suicidios en niños de 5 a 9 años, y 59 suicidios de niños de 10 a 14 años. De 15 a 19 años son 128 suicidios. De 20 a 24 son 160, que es la franja etaria donde se puede ver un mayor incremento [...]”, lo cual posiciona el suicidio como la segunda causa de muerte en niños, niñas y adolescentes en nuestro país (Grupo FARO, 2021). También es la segunda causa de muerte para la población de 15 a 29 años. Esta enfermedad cobra más vidas que otras a las que dedicamos el doble de presupuesto y atención. 

La depresión puede tener distintos síntomas en cada persona, pero existen algunos llamados de atención comunes que no debemos pasar por alto. Los síntomas pueden ser: apatía a actividades que antes causaban ilusión, pérdida en el interés en hobbies, alteraciones de sueño y apetito, autoestima deteriorada, con repetidas frases como “no valgo nada, soy un bueno/a para nada”, y una sensación de tristeza permanente (OMS, 2017). En algunas personas adultas, sobre todo, se esconden estos síntomas, ya que tienen miedo a ser juzgados o porque no quieren herir a otras personas cercanas ni ser fuente de carga. Al no proyectar síntomas, son difíciles de diagnosticar o intervenir. Este fue el caso reportado con la reina de belleza Cheslie Kryst, en el que su sufrimiento con la enfermedad era interno, razón por la cual se dificulta el tratamiento. 

En un estudio realizado por el INEC (2015) se levantaron estadísticas de la prevalencia de la depresión en Ecuador:  un 64 % de pacientes reportados con depresión corresponde a mujeres, mientras que un 75 % de suicidios corresponde a hombres. No hay una sola respuesta biológica para estos datos para entender su incidencia a nivel anatómico. La hipótesis recae en la poca apertura que tienen los hombres en esta sociedad para pedir ayuda, para mostrarse “débiles”, hablar sobre sus preocupaciones y sentimientos o aceptar que sus síntomas son depresivos. Por otro lado, la estadística de más mujeres con esta condición diagnosticada puede significar que las mujeres piden más ayuda y reciben el tratamiento adecuado para no recurrir al suicidio. La realidad es que no podemos quedarnos de brazos cruzados ante esta alarmante situación. 

El apoyo psicológico, así como en algunos casos farmacológicos, es necesario para apoyar a pacientes con estas condiciones. El acceso a este tipo de ayuda es escasa y costosa. Incluso desde las coberturas de los seguros debemos eliminar barreras para reconocer la salud mental como parte de nuestra salud integral. Muchos contratos de seguros médicos privados excluyen o restringen drásticamente diversas condiciones médicas clasificadas como psiquiátricas. Esta medida no solo resulta estigmatizante, sino que revela una falta de garantía y reconocimiento de la salud integral (González, González-Espinosa, 2015). 

La depresión no distingue edad, género, raza, etnia o estatus socioeconómico; es una enfermedad grave con consecuencias severas para la familia, la economía, los estudios, la salud y el bienestar de toda la sociedad. Hablar de depresión y enfrentarla es el primer paso para desarrollar programas de prevención, intervención y ayuda. La próxima vez que juzgues a una persona por no contar sus bendiciones o ver el lado bueno de la vida, te invito a pensar que quizás esa persona está sufriendo de una enfermedad real psiquiátrica que necesita de tu ayuda. Nadie decide tener depresión.  (O)

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