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Si el capitalismo deja de reflejar compromiso y responsabilidad sociales, solidaridad y equidad, debe ser reorientado.

03 Abril de 2024 12.38

En 1864 nace en Erfurt (Prusia) quien para nosotros es el pensador más influyente en el desarrollo de las ciencias político-sociales del siglo XX, Max Weber. Hace una aproximación, poco elaborada antes, respecto de lo que podríamos llamar sociologías económica, religiosa y política. Nos referimos en particular a la publicación, en 1905, de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En abierta oposición a Marx y Engels, identifica el origen del capitalismo en consideraciones culturales. Relega a un plano irrelevante las teorías marxistas alrededor del capital y el trabajo, la lucha de clases y la explotación económica concomitante. Weber afirma que la expansión del capitalismo no se relaciona con el capital como componente tangible sino con el “espíritu” que lo genera y consolida.

Describiendo el caso de Europa del norte, ve en la Reforma – en especial Lutero y Calvino – un proceso de transformación mental que rompe las cadenas con que la Iglesia Católica pretende atar a sus seguidores. Entre otros factores, refiere a la educación humanística que confina en un segundo horizonte a las enseñanzas más pragmáticas en los espectros profesional y mercantil. No cabe negar el aporte de la iglesia en la formación académica del mundo occidental, pero lo hace con fines contemplativos… en tal contribución estuvo presente un propósito de adoctrinamiento religioso negativo en toda su extensión.

El miramiento weberiano puede ser apreciado en la Región Andina. A diferencia de Bogotá y Lima (capitales de los Virreinatos coloniales de Nueva Granada y Perú) que fueron centros más bien políticos, Quito (Real Audiencia) fue un enclave primordialmente cultural y religioso. En aquellas dos ciudades el rol del catolicismo fue menor que en esta, permitiendo un mejor y más rápido despliegue del capitalismo. En el actual Ecuador el capitalismo desarrolló de modo tímido bajo un “prejuicio al lucro”, lo que en alguna medida subsiste hasta nuestros días. Aún se escuchan voces de repudio a las ganancias y a las utilidades, provechos válidos salvo que germinen en violación de la ética.

Para Weber, el protestantismo ascético sentó las bases espirituales de un verdadero capitalismo. Lo hizo impugnando arquetipos católicos hipócritas, como la virtud de la pobreza: bienaventurados los pobres…. Decimos no sinceros siendo que la iglesia de Roma no la objeta ni repele cuando es en su beneficio. Baste mirar el acaparamiento de fortuna vaticana. La Reforma Protestante se inicia ante la venta de indulgencias; el pecado puede ser perdonado a cambio de unas monedas.

El protestantismo, en cambio, aboga de manera sincera por la exigencia de emprender en la acumulación de riquezas. Este “principio” lo recogerán economistas de la talla de J. M. Keynes y M. Friedman. El primero al sostener que la avaricia es imprescindible como ingrediente en el acopio de patrimonio… básico para el capitalismo. El segundo, a través de su teoría del consumo vs. los ingresos vs. la inversión. No se trata de apología de la codicia pero de una necesidad objetiva en el plano macroeconómico.

Estos aportes confluyen en la concreción de un ser que al abandonar el monasterio se convierte en fraile de la vida misma. Habla Weber de que cada hombre es un monje que cambia el convento por una profesión lucrativa; sustituye la oración por el trabajo. Sostiene que Dios no pide al individuo buenas obras “sino una santidad en el obrar elevado a sistema”. Va un paso más lejos en el ámbito moral: demanda de que la riqueza acumulada no genere pereza corrompida ni goce sensual de la vida. Complementa esta noción en La ética. Afirma que el deseo de enriquecerse solo es malo cuando persigue una “vida despreocupada y cómoda”. El ánimo de riqueza para el prusiano no es éticamente ilícito pero “precepto obligatorio” en el capitalismo bien entendido.

Como todo iconoclasta, Weber es blanco de críticas, en su mayoría provenientes de quienes se resisten a aceptar corrientes de pensamiento que contradicen paradigmas. Los opositores católicos ven en el alemán la expresión sociológica de la Reforma. Otros llegan al absurdo de identificar en Weber similitud con Marx vía la “acumulación primitiva” de riqueza de este, con la “coacción ascética para el ahorro” de aquel.

La ponderación sobre los factores que sustentan el desarrollo del capitalismo la dejamos a análisis del lector. La aproximación weberiana, en todo caso, nos parece válida. Al margen de ello, lo relevante radica más bien en la obligación de que el capitalismo responda a imperativos éticos y morales que miren de manera global a la sociedad en que hace presencia. Si el capitalismo deja de reflejar compromiso y responsabilidad sociales, solidaridad y equidad, debe ser reorientado. (O)

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