Un lunes cualquiera, en una escuela de la sierra ecuatoriana, un grupo de niñas y niños esperan su turno en el aula escolar con platos en sus mesas. En la cocina, mujeres y hombres de la localidad sirven quinua con lentejas, vegetales salteados y una mandarina. Los ingredientes llegaron el día anterior, frescos, de productores locales que cultivan a menos de 40 kilómetros de las aulas. No es una escena extraordinaria, pero para algunos, es lo que han esperado todo el día.
Lo que sucede aquí, día tras día, es mucho más que la entrega de una comida. Es la puesta en marcha de un modelo que alimenta cuerpos, conecta comunidades, empodera mujeres, impulsa economías rurales y construye futuro.
Así trabaja el Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en inglés) junto al Ministerio de Educación y los gobiernos locales. En el 2025, el Programa alcanzó una cobertura de 40 mil estudiantes en 188 escuelas a nivel nacional. Y lo hizo desde lo más esencial; un plato de comida.
Cada comida caliente servida responde a una lógica precisa. No solo es equilibrado desde el punto de vista nutricional, también refleja la diversidad cultural de cada localidad donde se implementa este nuevo programa. Cada ingrediente se prepara pensando en los estudiantes, pero también en el entorno. Se privilegia lo local, lo fresco, lo sostenible.
848 productores de la agricultura familiar campesina, en el que 61% son mujeres, han sido protagonistas de esta transformación. Proveen directamente a las escuelas de productos frescos. En el proceso, sus asociaciones se fortalecen, acceden a nuevos mercados y mejoran sus ingresos.
Detrás de ese intercambio hay algo mayor; una economía local en la que el campo alimenta a la ciudad, y la escuela se convierte en un canal de desarrollo comunitario.
Este modelo no termina en la cocina. Un componente clave ha sido la capacitación, en total, 1400 personas padres, docentes y líderes comunitarios, participaron en talleres prácticos sobre nutrición, higiene, igualdad de género y hábitos saludables.
Lo interesante es cómo este conocimiento se multiplica, no solo cambia la forma en que se preparan los alimentos en las escuelas, también transforma lo que sucede en sus hogares. Hombres que antes no entraban en la cocina ahora participan en la preparación de las comidas escolares, lo que hace que niños y niñas crezcan viendo esta participación y desarrollen una visión más igualitaria del mundo.
En este camino hay muchas cifras que impresionan. Pero detrás de cada número, hay una historia. Una madre que aprendió a combinar alimentos para hacer más nutritiva la alimentación de todo su hogar. Un productor que logró que su asociación se fortalezca y amplie su mercado. Una niña que ya no se duerme en clases porque ahora se alimenta mejor. Un cocinero comunitario que aprendió sobre higiene y ahora enseña a otros.
En un país donde los desafíos alimentarios son reales, la alimentación escolar no espera a que las condiciones cambien, las crea. Lo hace desde la raíz, con una mirada estratégica que involucra la comunidad, la escuela, el hogar y los tomadores de decisión.
En Ecuador, una comida en las escuelas ya no es solo una comida, es un acto de dignidad y una apuesta por el futuro de las nuevas generaciones. Después de conocer todas las cifras que deja este nuevo modelo de alimentación escolar, reafirmamos la teoría de que lo que se sirvió en ese plato, ese lunes cualquiera, en la escuela de la Sierra ecuatoriana, es el resultado del engranaje de miles de personas esperando un futuro distinto. (O)