La universidad y Charlie Kirk
La universidad debe ser, o debe volver a ser, un espacio en el que jóvenes estudiantes, académicos y estados se nutren de conocimiento, polinizan ideas, encuentran desacuerdos, conviven en él desacuerdo, y claramente, compiten meritocráticamente.

Mucho se ha dicho sobre el actual rol de una institución universal denominada universidad. Entendemos, quiero pensar, a la universidad como la expresión máxima de la libertad de expresión, cuna del debate, de la investigación y eje del desarrollo intelectual y científico.

Es cierto que, en tiempos actuales, y desde que se conoce a la universidad como tal, la política ha estado tentada a infiltrarse en la actividad académica. Asimismo, es correcto decir que en la universidad también ha sido utilizada como herramienta de opresión, propaganda y autoritarismo.

En países democráticos la universidad ha permitido el florecimiento, en aplicación máxima de esa misma libertad de expresión, de ideas incluso contrarias a la propia democracia y al libre de pensamiento. Aquello es en sí mismo, paradójicamente, la esencia de la universidad. 

Por otro lado, hemos visto con horror el indescriptible y reprochable crimen que terminó con la vida de un joven activista político cristiano y conservador, quien promovía la libertad de expresión a través del debate pacífico y razonado. Charlie Kirk fallece por una bala que le atravesó el cuello, presuntamente disparada por un joven fanatizado por el internet y las redes sociales (Robinson), quién habría premeditado el crimen al punto de dejar sendas inscripciones de odio en el plomo de sus balas.

Kirk hacia lo que se espera de todo político medianamente maduro: debatir razona y pacíficamente para persuadir al oponente en un espacio de respeto. Del otro lado, a 200 metros sobre un techo, estuvo un intolerante contrincante incapaz de reflexionar que encontró en la violencia cobarde su única forma de expresión. 

Es aún más triste que este evento se haya dado en el máximo foro del debate civilizado, es decir, la universidad. Es igualmente triste que muchos actores políticos puedan celebrar la muerte por uso de violencia de cualquier persona sin distinción alguna de ideología, fe, raza o estrato socioeconómico.

Ante un evento de tan brutal naturaleza es necesario reflexionar sobre muchos aspectos, entre ellos, sobre el rol actual de las universidades en la protección de la libertad de expresión, la cual se encuentra permanentemente amenazada, y requiere actores y líderes académicos con la entereza suficiente para frenar, entre otras, la silenciosa violencia de la cultura de la cancelación, los mensajes de intolerancia, y otras formas de persecución que se han vuelto semillas de violencia material dentro y fuera de las universidades. 

En este proceso de deterioro universitario, la burocracia académica tiene gran responsabilidad. Ésta, o gran parte de ésta, utiliza el discurso intolerante, la segregación y la cultura de la cancelación como forma de opresión de la libertad de expresión, direccionamiento del pensamiento y exclusión de académicos, estudiantes, investigadores, y en general, de cualquier miembro del mundo universitario que no comparta las visiones de aquel grupo concentrador del poder académico, mismo que puede tener una u otra visión ideológica o política, pero está más interesado en ejercer su poder. 

Y es que ese aparataje burocrático universitario sobrevive en el único lugar donde pueden hacerlo sin competir, siendo como son, muchos de ellos, mediocres académicos, que a su vez promueven la mediocridad de los estudiantes vendiendo favores y dádivas a cambio de aceptación, placebo de su inseguridad y de la mal llamada inclusión excluyente. 

Ante ello, la universidad debe ser, o debe volver a ser, un espacio en el que jóvenes estudiantes, académicos y estados se nutren de conocimiento, polinizan ideas, encuentran desacuerdos, conviven en él desacuerdo, y claramente, compiten meritocráticamente. 

Téngase presente que la ausencia de universidades competitivas es y será la ruina de los países que las toleren, sumiéndolas y sumiéndolos en la caída de la institucionalidad, y por qué no decirlo, la caída de los imperios. 

Sirva de lección y reflexión la muerte de Kirk. Para muchos ya un mártir de la democracia expresada a través de la libertad pacífica de expresión. Para otros será un mártir del cristianismo moderno. 

Sirva también la muerte de Kirk como un llamado a los líderes universitarios para defender la libertad de expresión, cancelar la cancelación, abrazar la meritocracia, e invitar a todos sus miembros a la activa y permanente, libre y respetuosa, discusión; sólo así la universidad occidental volverá a ser el eje del pensamiento y desarrollo democrático. (O)