La autorregulación se define como los procesos por los cuales las personas gobiernan sistémicamente sus pensamientos, sentimientos, atención y acción para lograr sus objetivos (Baumeister y Vohs, 2004). Si transferimos esta definición a diferentes contextos como el educativo, el personal, familiar e incluso el vinculado con salud, podremos notar que, cualquier circunstancia en la que deseamos conseguir algo, superando ciertos desafíos requiere de autorregulación. Eventos como finalizar un proyecto con éxito, cumplir con un proceso de entrenamiento, finalizar un curso de capacitación, cumplir con una dieta, entre otros, son ejemplos en los que se requiere de respuestas proactivas a las demandas del contexto y, además, un monitoreo constante entre la situación actual y la que se desea alcanzar, con el fin de realizar ajustes y cambios en respuesta a la retroalimentación recibida del ambiente, maestros, colegas o tutores. 

Hoy en día se sabe que el éxito no depende únicamente de capacidades innatas, sino que, está ligado a procesos de autorregulación cognitiva y emocional. Por citar un ejemplo, en el ámbito del aprendizaje se puede decir que, un alumno es exitoso no solo porque obtiene excelentes calificaciones sino, porque es capaz de ajustar sus hábitos y estrategias de estudio a la forma en cómo aprende su cerebro (lo haga conscientemente o no) y además, es capaz de regular sus emociones y alimentar su motivación para optimizar su desempeño y  permanecer en la tarea hasta alcanzar sus metas que pueden ir desde realizar un examen con éxito, hasta el propio aprendizaje.

Uno de los principales obstáculos para alcanzar la autorregulación en el ámbito académico o en cualquier otro, es que muchas ocasiones nos acostumbramos a realizar las cosas de una única manera, mostrando inflexibilidad y rigidez, lo cual resta posibilidades de éxito, más si nos encontramos en un ambiente cambiante y en constante renovación. Por citar un ejemplo, en el ámbito educativo un alumno que por desconocimiento o descuido aplica las mismas estrategias de estudio a pesar de que sabe que no le funcionan para aprobar el curso, muestra escasos procesos de autorregulación y por ende una mentalidad fija. 

Una persona con mentalidad fija es aquella que percibe al error como un estigma, más que como una oportunidad, también es quien considera que, la habilidad es fija, muestra poco riesgo y valentía para enfrentar retos, es decir, arriesgan poco y, además, tiende a ponerse a la defensiva frente a críticas. Podría decirse que, es aquella que está muy centrada en las notas, más que en el propio crecimiento o aprendizaje, si lo vemos desde el punto de vista educativo.

Cuando en cambio hablamos de mentalidad de crecimiento, nos referimos a quienes consideran al error como algo lógico e incluso necesario, creen que la habilidad es maleable y que con el esfuerzo se perfecciona, son aquellas personas que se arriesgan, se retan y lo intentan. Los errores son vistos como oportunidades de mejora, e incluso pueden aprender de ellos. Y finalmente, en el campo educativo son aquellos estudiantes que están enfocados en aprender.

Hemos aprendido que equivocarse es malo y quizá muchas veces nos estancamos en el error en lugar de mirar oportunidades de cambio y renovación.  Es necesario entonces generar y fomentar una mentalidad de crecimiento desde la niñez, brindando a los niños oportunidades de mejora en caso de cometer algún error y sobre todo planteándoles objetivos y metas que pueden ir logrando acorde a su edad. El punto es que nos propongamos generar una mentalidad de crecimiento y con ello afirmar y reforzar la idea de que, el esfuerzo es lo que realmente nos define. (O)