En los últimos años, la neuroeducación ha dejado de ser una moda académica para convertirse en una necesidad urgente dentro del sistema educativo. Esta disciplina, que cruza la neurociencia, la psicología y la pedagogía, propone algo tan simple como poderoso: enseñar comprendiendo cómo aprende el cerebro.
No se trata de convertir a los docentes en neurólogos, sino de brindarles herramientas que les permitan diseñar estrategias más efectivas, respetuosas del desarrollo y emocionalmente significativas. Como bien afirma el neurocientífico Francisco Mora, "sin emoción no hay aprendizaje" —y esto solo es posible en un entorno que entiende la emoción como motor del aprendizaje.
La neuroeducación es el campo interdisciplinario que estudia los procesos neurobiológicos que subyacen al aprendizaje y al comportamiento, con el objetivo de aplicarlos a la práctica pedagógica. Integra hallazgos de la neurociencia cognitiva, la psicología del desarrollo y la didáctica.
Gracias a ella, hoy sabemos que el cerebro no aprende de forma pasiva, sino que necesita interacción, emoción, repetición significativa, descanso, movimiento y motivación para construir conocimiento.
En un contexto como el actual —después de una pandemia, con un sistema educativo en transición, desafíos emocionales profundos y desigualdades estructurales—, la neuroeducación ofrece un faro. No una solución mágica, pero sí una brújula.
El estudio de Tokuhama-Espinosa (2020) señala que aplicar principios neuroeducativos mejora la retención del aprendizaje, incrementa la motivación y reduce la frustración académica. Cuando los docentes conocen cómo aprende el cerebro, adaptan sus estrategias, planifican con mayor sentido y responden mejor a la diversidad en el aula.
Sin embargo, la implementación de estos principios no es automática ni sencilla. Muchos docentes quieren innovar, pero no cuentan con la formación necesaria. En Ecuador, aún son pocos los programas de formación inicial o continua que integran seriamente la neuroeducación en sus contenidos.
Además, abundan los "neuromitos" —ideas falsas sobre el cerebro, como que solo usamos el 10% de nuestra capacidad cerebral o que existen estilos de aprendizaje fijos— que entorpecen el avance real.
Como afirma la investigadora Uta Frith, "el reto no está en usar terminología científica, sino en traducir la ciencia en prácticas efectivas y humanas". Es ahí donde muchos sistemas educativos fallan.
Uno de los principios más sólidos de la neuroeducación es la relación entre emoción y cognición. Antonio Damasio, reconocido neurocientífico, afirma: "no somos seres racionales que sienten, sino seres emocionales que razonan".
Esto implica que el clima emocional del aula influye directamente en la atención, la memoria, la resolución de problemas y la creatividad. Un estudiante con miedo, estrés o ansiedad bloquea los circuitos prefrontales responsables del pensamiento lógico. Por eso, un aula cálida, segura, con vínculos positivos, es también un aula más inteligente.
Entonces, ¿qué puede lograr la neuroeducación?
1. Evaluaciones más justas y diversas: la neuroeducación promueve evaluar procesos, no solo resultados. Se valora el error como parte del aprendizaje y se reconocen múltiples formas de demostrar lo aprendido.
2. Diseño de experiencias multisensoriales: el aprendizaje no debe ser solo visual o verbal. Usar el cuerpo, el juego, la música, las emociones, activa distintas áreas cerebrales y consolida el conocimiento.
3. Atención a la diversidad: conocer el desarrollo neurológico permite atender mejor a los estudiantes.
4. Mayor motivación y sentido del aprendizaje: cuando el estudiante comprende el propósito de lo que aprende y se siente acompañado, su motivación interna crece.
¿Qué necesitamos hacer?
- Formación docente continua en neurociencia y desarrollo infantil, con enfoque práctico.
- Espacios de experimentación pedagógica, donde los errores no sean penalizados, sino valorados.
- Recursos didácticos adecuados que permitan trabajar desde una perspectiva multisensorial.
- Apoyo institucional y político para incluir la neuroeducación en el currículo oficial.
Como bien dijo Ken Robinson: "el rol del maestro no es llenar un recipiente, sino encender una llama". Y esa llama se aviva cuando enseñamos con ciencia, sí, pero también con empatía. (O)