Desde que algún antepasado nuestro vio brillar una piedra y creyó que había encontrado la contraseña del universo y la pepa tuvo un valor representativo en metálico, la humanidad persigue el oro como el coyote al correcaminos. La historia humana, ciertamente es análoga a la historia de la minería aurífera que, no es otra cosa que un largometraje donde el hombre cava, suda, sangra y, al final, descubre que el tesoro era... ansiedad pura.
Sócrates ya nos dejó un spoiler monumental: "Una vida sin examen no merece la pena ser vivida." y nosotros, tercos, como las mulas que transportaban las riquezas extraídas a como dé lugar, preferimos examinar vetas antes que examinarnos el alma. Así nos va.
El oro pasó de ser mito a neurosis diseminada con la rapidez de una red social, fundó imperios y derrumbó otros, hoy inaugura centros comerciales, que es básicamente lo mismo, pero con aire acondicionado. Movió montañas y ahora mueve personas dentro y fuera de todos los países del mundo. El migrante moderno se parece al buscador de oro del siglo XIX, solo que en vez de pala lleva una maleta con rueditas y la esperanza de que en otro país exista una versión premium de su destino, va y viene creyendo que encontrará "mejor vivir", pero a veces solo encuentra desesperanza y algo para sobrevivir.
El filósofo polaco de origen judío Zygmunt Bauman, que entendía al ser humano como quien entiende una fuga de agua, ya nos advirtió: "La modernidad líquida se caracteriza por la fragilidad de los vínculos humanos." y vaya si somos frágiles, ahora -al menos para quienes estamos en el círculo- el oro no es metal, es Wi-Fi, no es pepita, es selfie, no es veta, es descuento del 30%. Hemos reducido la felicidad al unboxing permanente, cambiamos pepitas por notificaciones y minas por centros comerciales con música de fondo que, dicho sea de paso, debería estar penada como tortura por algún código moral universal.
A todo esto, la poesía intenta salvarnos del ridículo. Pablo Neruda, siempre más lúcido (sobre todo en lo poético) escribió: "Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera." Lo irónico es que hoy no hace falta cortar flores, basta con que suba la cotización del dólar para que la primavera se nos indigeste, nos fascina tanto el brillo del vil metal que, confundimos la luz con el destello artificial del último modelo, de la vida soñada que suele ser la vida de alguien más en Instagram.
Las rutas migratorias, son una especie de reality show global enfocado a ver quién cruza más fronteras sin perder la dignidad ni el pasaporte. Los antiguos buscadores de oro al menos sabían que podían morir aplastados por una roca, el migrante actual debe preocuparse de no morir aplastado por los trámites, o por el alquiler, o por la nostalgia. Ya nada es tan romántico como en los libros o en la tele, antes se buscaba fortuna, ahora se busca señal de celular.
Y entonces llega Sartre, el filósofo francés con alma de aguafiestas y nos recuerda que "El hombre está condenado a ser libre" condenado, sí, a elegir entre seguir cavando afuera o empezar a cavar dentro, a diferenciar entre el oro que brilla y la vida que importa, pero claro, la introspección no cotiza en bolsa, así que pocos la compran.
Mientras tanto, seguimos organizando la existencia como una mina mal administrada, túneles oscuros, explosiones emocionales, jornadas interminables, pausas ficticias y un jefe invisible llamado "sistema" que siempre pide más. Y nosotros, obedientes, seguimos excavando sin sospechar que quizá nunca hubo oro, que la felicidad no estaba al final del túnel, sino en encender la lámpara correcta.
Lo paradójico de la reflexión que provoca la fiebre del oro -antigua o contemporánea- revela la misma broma cruel, aquello que buscábamos afuera estaba adentro, pero somos especialistas en ignorar el depósito más rico que poseemos y está con nosotros. El materialismo nos entretiene mientras nos vacía y la felicidad solo aparece cuando dejamos de confundir brillo con sentido.
El resto -allá ellos- seguirán cavando, celular en mano, convencidos de que la próxima pepita será la buena, la que por fin nos haga sentir completos, o al menos, fotogénicos y con un like más que la persona que está a nuestro lado... (O)