Cada 1º de mayo celebramos el Día del Trabajador. Para muchos, esta fecha evoca imágenes históricas: huelgas, pancartas, derechos conquistados con sudor, esfuerzo y, muchas veces, sangre. Sin embargo, hoy esa historia ya no se escribe solo con martillos, fábricas o escritorios. También se teclea desde laptops, se automatiza en servidores y se conversa con asistentes virtuales. Entramos de lleno a una nueva era: la del trabajador digital acompañado por la inteligencia artificial.
Hasta hace poco, la idea de trabajar "con una máquina" evocaba brazos robóticos en fábricas. Hoy, la inteligencia artificial (IA) está en nuestras reuniones por Zoom, responde correos, organiza agendas, redacta informes, traduce documentos y hasta detecta fraudes. En muchos casos, más que sustituir, acompaña.
Clara, una diseñadora gráfica freelance en México, me contaba que desde que descubrió herramientas como DALL·E o Canva con IA, puede entregar más propuestas a sus clientes en menos tiempo. "No me quita creatividad, me ayuda a no empezar desde cero", dice. Antes pasaba horas en bocetos, ahora se dedica a pulir y decidir. La IA le dio más tiempo... y más libertad.
¿Entonces la IA es una aliada del trabajador? Sí, pero con matices. La tecnología amplifica capacidades, pero no reemplaza lo esencialmente humano: la empatía, la intuición, el juicio moral y la creatividad compleja. A pesar de los avances, un algoritmo aún no puede consolar a un paciente, liderar con carisma, inspirar con una historia o detectar una tensión invisible en una reunión.
El sociólogo Richard Sennett, en El Artesano, plantea que el buen trabajo tiene una dimensión ética, incluso estética. Es el orgullo del bien hacer. La IA puede automatizar tareas, pero no puede reemplazar ese vínculo afectivo con la obra propia. Por eso, aunque cambien las herramientas, sigue habiendo algo profundamente humano en el hecho de trabajar.
Según un informe de McKinsey (2023), más del 50% de las tareas laborales actuales podrían automatizarse parcialmente con tecnologías existentes. Sin embargo, sólo un 15% de los trabajos corren riesgo de desaparecer por completo. Esto implica que la mayoría de los trabajadores no serán reemplazados, sino que sus roles se transformarán.
Eso sí, la transformación no es neutral. Hay desigualdad en el acceso. Mientras algunas personas pueden capacitarse y adaptarse, otras quedan fuera por falta de conectividad, alfabetización digital o apoyo institucional. Aquí la pregunta ya no es si la IA ayuda, sino a quién ayuda más.
Un estudio de la Universidad de Stanford mostró que los trabajadores de atención al cliente que usaban IA aumentaron su productividad en un 14%. Curiosamente, el mayor impacto fue en los empleados menos experimentados: la IA actuaba como una especie de mentor silencioso. Pero, nuevamente, esto aplica solo donde hay infraestructura y entrenamiento.
Un argumento frecuente a favor de la IA es que nos liberará del trabajo repetitivo y nos dará más tiempo libre. Sin embargo, ¿ese tiempo se traduce realmente en descanso?
La socióloga Juliet Schor ha documentado cómo, a pesar del aumento de la productividad, trabajamos más horas que nunca. Las tecnologías que prometían eficiencia, como el correo electrónico o las plataformas colaborativas, también trajeron una cultura de hiperdisponibilidad. ¿Te suena el mensaje de "respondo rápido desde el celular"? En muchos casos, la línea entre trabajo y vida personal se diluyó.
Quizás el gran desafío no sea solo adaptarse, sino reimaginar. Construir una cultura laboral donde la tecnología esté al servicio de la dignidad humana. Donde trabajar no sea sinónimo de agotarse, sino de realizarse. Porque, después de todo, ni la nube, ni los servidores, ni los bots celebran el 1º de mayo. ¡Nosotros, sí! (O)