Carlos Loaiza Montero tiene 54 años. Nació en Cariamanga, una pequeña ciudad de 13.000 habitantes en el sur del país, en la provincia de Loja. Sus padres eran profesores en el colegio La Salle de esa ciudad, donde estudió los primeros años. Su formación académica siguió en Loja, en la escuela José Antonio Eguiguren, y luego en el colegio Bernardo Valdivieso. Desde niño entendió que el conocimiento y los valores serían la brújula que guiarían su vida.
Estamos ante un empresario tradicional. Él se califica como metódico, disciplinado y planificador, que siempre trata de estar un paso adelante. Aunque la vida lo llevó a ocupar altos cargos ejecutivos, tiene claro que siempre hay que volver a los orígenes, porque quien olvida de dónde viene corre el riesgo de no saber hacia dónde va.
Estudió Ingeniería Química en la Escuela Politécnica Nacional. "Al principio viví en la residencia estudiantil Illinizas, del Opus Dei, en la calle Toledo. Fue una experiencia que me marcó. Un sacerdote español, Dr. Monag, era alto y me impactó su presencia. Entonces me puso la mano en el hombro y me dijo con una sonrisa: 'No es tan grande'. En ese momento no lo entendí del todo, pero con el tiempo comprendí que esa frase contenía un mensaje poderoso: no tener miedo, avanzar y enfrentar los desafíos con valentía".
Su convicción espiritual se refleja a lo largo de la conversación y podríamos resumirla en esta frase: "Un país y una sociedad no puede sentirse desarrollada, mientras existan pobres a pocos metros de distancia. Nosotros tuvimos una oportunidad que ellos no y debemos aprender a dar gracias".
Aunque se graduó como ingeniero químico, pronto entendió que su verdadero potencial estaba en la estrategia, la consultoría y la resolución de problemas complejos.
Su tío Juan Montero le abrió las puertas en PwC, en donde estuvo por 30 años. "Empecé en el área de Encuestas de Remuneraciones. Éramos apenas dos personas encargadas de una muestra de alrededor de 300 grandes compañías en Ecuador. El ritmo era intenso. Comenzaba a las 8:00 a.m., asistía a clases desde las 5:00 p.m. hasta las 9:00 p.m., y después volvía a la oficina hasta altas horas de la madrugada". Loaiza recalca que en esa etapa entendió el verdadero significado del balance entre vida y trabajo.
Luego pasó al área de logística y operaciones. Participó en las primeras certificaciones ISO 9000 en Ecuador. También trabajó en un proyecto para Ferrocarriles Antofagasta, en Bolivia. A partir de ahí su carrera profesional tomó otra dimensión: comenzó a liderar equipos.
En 1996 fue transferido a Sao Paulo, Brasil, como gerente de Proyectos, en donde PwC lideraba las estrategias de dirección y crecimiento. "El presupuesto que manejábamos en ese entonces era de hasta US$ 15 millones. Una de las empresas para la que laboramos me ofreció trabajo, lo pensé, pero decidí seguir en la multinacional. Luego de dos años volví a Ecuador".
Loaiza, para entonces, tenía claro que su vida no estaba en una planta o un laboratorio. Su carrera profesional lo llevó a Guayaquil por diez años. "Cuando llegué, nuestra operación de consultoría era de US$ 1 millón y superamos los US$ 7 millones. Introduje servicios de consultoría y auditoría inspirados en lo que vi en Brasil. Entendí que el éxito en el mundo de los servicios no está solo en tener una marca, sino en contar con personas comprometidas, capaces. Por eso, siempre he creído que no hay que tener miedo de contratar a gente mejor que uno. Si uno solo se rodea de personas más pequeñas, tendrá una organización de enanos. Pero si uno se rodea de gigantes, llegará muy lejos. La humildad para escuchar, aprender y delegar es lo que permite que una organización crezca"...
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