Cuando el cerebro no se apaga: una reflexión sobre la pasión, la responsabilidad y la búsqueda de equilibrio
Esta no es una historia de burnout. Es una invitación a repensar el equilibrio entre entrega profesional y bienestar personal. A desafiar la narrativa que glorifica la disponibilidad total. A reconocer que la creatividad necesita pausas, que la estrategia se fortalece con espacios de reflexión, y que confiar en los otros y en uno mismo, es uno de los actos más valientes del liderazgo contemporáneo.

No me resulta fácil desconectar del trabajo. Las ideas aparecen a cualquier hora, incluso en medio de la noche. Llegué a dormir con una libreta para anotar los proyectos que se me ocurrían entre sueños. Era mi manera de no dejar escapar ni una chispa de inspiración. Mi mente funciona como un disco duro hiperactivo, siempre en modo "on". Hoy, esa libreta ya no está en mi velador. No porque las ideas hayan dejado de llegar, sino porque admito que el cuerpo pide descanso. Ahora soy más intencional con mis límites. Estoy aprendido a respetar mis ritmos, y a reconocer que ese impulso constante, aunque valioso, también necesita equilibrio.

Aunque era consciente del desgaste, me costaba apagar esa parte interna que asocia valor con productividad. ¿Exceso de responsabilidad? ¿Un sentido distorsionado del compromiso? Tal vez. Como muchas personas, confundí pasión con disponibilidad absoluta y responsabilidad con tensión constante.

No es solo una experiencia personal. En América Latina, una encuesta de Gallup (2022) reveló que apenas el 22% de los trabajadores se sienten realmente descansados al iniciar la semana laboral. Un dato que invita a la reflexión: ¿cuánto nos estamos exigiendo incluso antes de comenzar la jornada?. A este panorama se suma otro dato contundente: el 60% de los ejecutivos de alto nivel reportan dificultades para conciliar el sueño debido a preocupaciones laborales (The Adecco Group, 2023). Este tipo de tensión sostenida no solo afecta el bienestar individual, sino también la calidad del liderazgo y la toma de decisiones estratégicas.

En este contexto, la cultura del rendimiento constante y la hiperdisponibilidad se ha normalizado en muchos entornos profesionales. Sin embargo, las organizaciones más innovadoras han comenzado a priorizar el bienestar como un componente esencial de la productividad sostenible. Delegar, confiar en los equipos, promover un liderazgo compartido y dejar atrás el micromanagement, ya no son solo buenas prácticas: son condiciones necesarias para la salud organizacional.

Personalmente, transitar este camino ha sido transformador. He aprendido que construir un equipo comprometido, donde cada quien aporta desde su rol, es clave. Qué importante construir un equipo sin de tener -protagonistas-; sino actores, en donde el apoyo mutuo, es esencial. Compartir objetivos, pero también espacios para reír, conversar y crecer. Saber que no todo depende de uno, y que es posible soltar sin perder el control, es profundamente liberador.

Es vital también, regalarnos espacios de movimiento y de tiempo en familia. Después de años de posponerlo, el deporte hoy es parte esencial de mi rutina. No por obligación, sino por genuino disfrute. Es ese momento, luego de la jornada laboral, para reconectar con mi cuerpo, sin metas que cumplir ni pendientes que tachar. Y hay algo aún más valioso: este verano, entreno junto a mi hijo, que vive fuera por sus estudios universitarios y ha vuelto por unos meses. Me acompaña, me reta, y me inspira.

Atesoro esos entrenamientos, pero también las salidas a cenar, las noches de películas, las conversaciones sin apuro. Son instantes que me recuerdan qué es lo que verdaderamente da sentido a la vida. (O)