Desnutrición infantil en Ecuador: un desafío silencioso que compromete el presente y el futuro
No hay inversión más rentable ni más justa que garantizar que cada niño y niña del Ecuador tenga la oportunidad de crecer sano, aprender y desplegar todo su potencial.

Hablar de desnutrición infantil en Ecuador no es solo citar cifras: es reconocer cómo las condiciones económicas de las familias, el empleo de madres y padres, y la calidad de los entornos de crianza moldean el cerebro y el aprendizaje de una generación. En 2023, la Encuesta Nacional sobre Desnutrición Infantil (ENDI) estimó que el 20,1% de los niños menores de 2 años presentaba desnutrición crónica infantil (DCI). Un año después, la segunda ronda de la misma encuesta informó 19,3% para ese grupo etario.

La DCI es el retraso en talla para la edad producto de carencias nutricionales sostenidas y de infecciones repetidas en los primeros dos años de vida. Sus efectos no son solo físicos: afecta el desarrollo cerebral, reduce el rendimiento escolar y disminuye la productividad a lo largo de la vida. La evidencia internacional es clara: la malnutrición temprana se asocia con peores puntajes cognitivos, menor escolaridad y menores ingresos en la adultez. 


Detrás de cada indicador hay familias que hacen esfuerzos diarios para llegar a fin de mes. Cuando sube el costo de la vida, lo primero que se ajusta es la comida: se sustituyen proteínas por carbohidratos baratos, se reduce la variedad y se posponen controles médicos. Aunque la inflación anual ha sido moderada en 2025, los alimentos y bebidas no alcohólicas siguen siendo los rubros que más pesan en el bolsillo. 


La calidad del empleo de los padres condiciona la calidad de la dieta infantil. En 2024, el empleo adecuado apenas alcanzó al 34,1% de la población, mientras el subempleo superó el 23%. Ingresos inestables, jornadas extendidas e informalidad llevan a decisiones alimentarias de supervivencia. No sorprende que la anemia en niños de 6 a 59 meses llegara al 22%. La anemia limita la atención, el juego y la curiosidad, motores esenciales del aprendizaje temprano.

Los primeros mil días (desde la concepción hasta los dos años) son una ventana biológica irrepetible: el cerebro forma conexiones a una velocidad única. La desnutrición y la anemia en esta etapa alteran la mielinización, la sinaptogénesis y la neurotransmisión, con efectos en lenguaje, funciones ejecutivas y atención. Combatir la DCI no es un gasto, sino una inversión con retorno sostenido: menos repitencia escolar, mayor productividad y mejor crecimiento económico. 


Ecuador ha dado pasos importantes. El Plan Estratégico Intersectorial 2021-2025 articuló salud, saneamiento, protección social y educación inicial. Políticas como el Bono 1000 Días buscan integrar servicios para gestantes y niños, pasando de una cobertura del 5,5% en 2022 al 35,1% en 2024. Estos avances importan porque acercan controles prenatales, suplementos, vacunas y acompañamiento familiar. 


La DCI no siempre se nota a simple vista, pero sí se siente en las aulas: menor atención, más dificultades en lenguaje, menos memoria de trabajo y mayor fatiga. Revisiones internacionales muestran consistentemente peor desempeño académico en niños con malnutrición. En Ecuador, esto obliga a reforzar las políticas de educación inicial y los primeros grados: alimentación escolar nutritiva, detección temprana y formación docente en estrategias inclusivas.

Reducir la DCI del 19,3% a un dígito no es imposible. Hay avances, pero el desafío exige perseverancia y foco en quienes más lo necesitan: gestantes, lactantes y niños menores de dos años en zonas rurales y hogares pobres. Invertir en nutrición temprana es invertir en educación, en economía y en democracia. Cada desayuno completo, cada control médico oportuno y cada mercado con alimentos frescos y accesibles son, en realidad, políticas de futuro.

Si entendemos que la nutrición es el cimiento del capital humano, veremos que no se trata solo de un tema de salud pública, sino del desarrollo integral del país. Es momento de actuar con decisión, porque no hay inversión más rentable ni más justa que garantizar que cada niño y niña del Ecuador tenga la oportunidad de crecer sano, aprender y desplegar todo su potencial. (O)