El apocalipsis Power Ranger de '28 años después' (spoilers)
La película "28 años después" no termina donde esperaba. La amenaza no es el virus, no son los infectados. En su lugar, el peligro aparece disfrazado de nostalgia, risa y cultura pop. Cuando llega el monstruo, se ve y se escucha una infancia olvidada.

La película arranca con una imagen inquietante sobre unos niños viendo los Teletubbies mientras el apocalipsis comienza. Su mundo cae mientras ellos siguen aferrados a una pantalla brillante. La figura del padre de Jimmy, un cura convencido de que el fin del mundo es voluntad divina, abre la puerta a los infectados como quien abre un templo. Esa imagen instala la lógica del film, sobre una autoridad que traiciona.

Esa misma narrativa reaparece al final, cuando de adulto, Jimmy se convierte en líder de una banda sacada de un programa infantil. Su ejército se viste con trajes de colores chillones, como los Power Rangers, con códigos visuales sacados directamente de la televisión noventera. Pero, hay una segunda capa, mucho más oscura que evoca a la figura de Jimmy Savile.

Savile fue una figura central de la cultura británica. Conductor de programas para niños, rostro amable de la televisión pública, cercano a la realeza y a los gobiernos. Murió con honores, como una figura querida. Pero, después de su muerte, salió a la luz que fue uno de los peores depredadores sexuales en la historia del Reino Unido. Las denuncias llevaban décadas atascadas por un aparato institucional cómplice.

En el universo de "28 años después", la infección arrasó el Reino Unido en 2002. Las revelaciones contra Savile nunca ocurrieron. Para estos sobrevivientes, Savile sigue siendo un personaje amable, una figura entrañable de la televisión. Así que la elección estética del ejército de Jimmy es el reflejo de una generación rota, que se aferró a los referentes que la formaron.

Y eso es lo más aterrador de la película, los símbolos que sobreviven sin que nadie los cuestione. Cuando una sociedad no procesa su trauma, sus ídolos podridos se convierten en banderas.

En paralelo a esa historia, la película construye otra más íntima y poderosa sobre el viaje de Spike. Un niño criado por un padre que quiere fabricar un soldado. Desde pequeño lo entrena para matar. Le asigna una misión fuera de la isla cuando apenas tiene doce años. Cuando vuelve vivo, en lugar de escuchar lo que vivió, lo convierte en un trofeo. Miente sobre sus hazañas para ensalzarse a sí mismo. Lo instrumentaliza.

Spike rompe con esa lógica. Decide salir de la isla de nuevo, esta vez con su madre enferma, para buscar una cura. En ese segundo viaje no repite el patrón del padre. Aprende a ver, a escuchar. Se topa con una infectada embarazada. Su madre la ayuda a parir y la bebé nace sin infección. Ese gesto, de no disparar o ejecutar, tiene una carga simbólica brutal sobre que los hijos no deben pagar por las decisiones de sus padres.

Después aparece un infectado alfa. Levanta el cuerpo sin vida de la mujer que parió y lo descarta. No le sirve. Esa lógica utilitaria es idéntica a la del padre de Spike, una visión del mundo donde todo se mide en función de lo útil, de lo eficaz, de lo que produce.

Spike lo enfrenta y le pregunta si está esperando que su madre muera. Esa confrontación lo posiciona. Elige no volver a la isla, escoge cuidar y soltar. Acompaña a su madre hasta el final y luego nombra a la bebé Ayla, como ella. La deja con su padre como posibilidad. Para que, quizá, esta vez críe distinto.

La película cierra con un epílogo inquietante. Jimmy y su ejército reaparecen. Con sus colores, sus coreografías, sus símbolos infantiles. Aunque la escena parece extraída de una serie para niños, tiene la forma de una amenaza. El monstruo que viene no ruge ni sangra, sonríe y lleva la cruz de su padre en el cuello. 

La paradoja de esta figura deformada por la nostalgia, la religión y la televisión se alza como nueva autoridad. Una que no sabe que fue víctima de un ídolo corrupto, que cree que representa el bien y que, a fin de cuentas, representa la forma más peligrosa del mal.

"28 años después" recaudó US$ 128,6 millones en todo el mundo, con un presupuesto de US$ 60 millones. Solo en Estados Unidos y Canadá obtuvo US$ 62,5 millones y en el resto del mundo US$ 65,6 millones más. Su primer fin de semana alcanzó los US$ 30 millones, el estreno más exitoso en la carrera de Danny Boyle.

Lo irónico es que la película que cuestiona qué hacemos con nuestros referentes fue aplaudida masivamente por un público que creció viendo a Jimmy, a los Power Rangers y a los Teletubbies. Lo más aterrador de este producto audiovisual es que nos muestra un apocalipsis que ya tuvimos y elegimos no ver. (O)