El valor de cumplir y su moneda de cambio: la inmediatez
¡Volvamos a darle valor a la palabra! Que, cuando digamos "sí", ese "sí" tenga peso, no sea un monosílabo al aire. Pensemos que cuando alguien confíe en nosotros, no defraudemos. Enfoquémonos en poder mirar a los ojos y saber que cumplimos, no porque era fácil, sino porque era, y es lo correcto.

Siendo millennial -aunque en la parte ya alta de este grupo etario-, siempre he creído que es importante conservar en todo momento, profesional y personal una perspectiva que honre lo que nuestros antepasados nos enseñaron, que lastimosamente hemos visto como se ha perdido día a día. Entre esos aprendizajes, uno sobresale en mi criterio: el poder de la palabra. La palabra como promesa. La palabra como compromiso. La palabra como ética de trabajo y de compromiso.

Desde muy pequeños escuchamos frases comunes, como: "un hombre vale más por su palabra" o el viejo adagio: "lo que se dice, se hace". Para mí, esto siempre ha sido un principio rector de vida. Ser una persona que cumple, si ofreces, cumple. Una persona que, día tras día, actúa con coherencia entre lo que dice y lo que hace, debe ser el principio que nos guie en todo momento. Que, si se compromete, lo cumple. Nuestras nuevas generaciones deben regirse por no vivir en la ambigüedad, sino en la firmeza del propósito y la responsabilidad.

Sin embargo, veo ahora a las nuevas generaciones con preocupación con relación a  cómo ese valor se ha ido perdiendo. Hay una creciente dificultad de coherencia entre todas las generaciones, para sostener el compromiso, para actuar con paciencia, con perseverancia, con genuino interés de lo que se hace y se dice. Se ha debilitado el arte de empujar con constancia por lo que uno quiere. 

Vivimos inmersos en una cultura de la inmediatez. Y esta inmediatez, como bien lo señala el filósofo italiano Nuccio Ordine, se ha convertido en la nueva moneda de cambio. En una conferencia llamada "Elogio de la lentitud en El Principito: la amistad y el conocimiento requieren tiempo", Ordine reflexiona sobre cómo la urgencia y la inmediatez por el "ya" está reconfigurando la manera en la que vivimos, pensamos y nos relacionamos. Se habla sobre lo valioso de la lentitud, pero vista como un elemento que requiere tiempo, paciencia para generar amistades, relaciones, y haciendo alusión a esto como se ha banalizado las relaciones humanas. En esencia esta inmediatez, a afectado a la humanidad. 

Queremos resultados inmediatos, sea como se muestren. Queremos el trofeo sin haber corrido la carrera, menos aún ni siquiera habernos preparado. El ascenso a la montaña sin haber construido trayectoria, ni haber planificado ni recorrido ningún paso previo de entrenamiento. El reconocimiento inmediato, sin haber sembrado con esfuerzo. Hoy no se cultiva el proceso, se consume el resultado. Ahora, lastimosamente, no importa si abandonamos una responsabilidad de un día al otro, si rompemos compromisos sin explicaciones, sea familiar o profesional. La forma importa poco. Lo esencial parece haber pasado a segundo plano.

Y lo más alarmante: esto ya no nos incomoda. Nos hemos habituado a la idea de que se puede cambiar de rumbo en cualquier momento, sin consecuencias. Que no es necesario explicarse, ni mirar atrás. Que todo es desechable: los vínculos, las relaciones, los empleos, las promesas hechas sin ningún compromiso.

Para quienes crecimos con otra visión del mundo, esto es difícil de comprender, me cuesta, y mucho, entender esto resulta molestoso e incongruente para una matriz de valores. Porque hemos sido educados que lo importante lleva tiempo. Que, siempre hay que propender a ser puntuales, constantes, responsables, no que sea la excepción. Que cumplir con lo ofrecido es una forma de respeto, hacia los demás y hacia uno mismo. Que la ética -quiero creer- no es un valor en extinción, sino una brújula que da sentido a nuestras vidas.

Esta opinión es un llamado de atención, que tal vez no tenga la autoridad para hacerlo, pero si la convicción de hacerlo. A quienes, como yo, somos parte de una generación que ya empieza a tomar decisiones importantes en lo público, en lo privado, en lo empresarial. Y, sobre todo, a quienes vienen detrás, generaciones que marcarán pronto el destino de nuestras ciudades y nuestro país.

No podemos seguir premiando como sociedad a la inmediatez como si fuera esta una virtud. Tenemos que volver a valorar el proceso, la espera, el compromiso sostenido. Hay que formar generaciones que entiendan que las relaciones humanas, los proyectos y la vida profesional requieren en una sociedad ideal de tiempo, respeto, diálogo y coherencia.

¡Volvamos a darle valor a la palabra! Que, cuando digamos "sí", ese "sí" tenga peso, no sea un monosílabo al aire. Pensemos que cuando alguien confíe en nosotros, no defraudemos. Enfoquémonos en poder mirar a los ojos y saber que cumplimos, no porque era fácil, sino porque era, y es lo correcto.

Hay valores que no deben perderse: el valor de la palabra, el del compromiso, es uno de ellos, el de la paciencia y perseverancia versus la inmediatez.  (O)