Liderar desde la pausa: lo que aprendí este verano
En el vértigo de la vida profesional, a veces olvidamos que la pausa también es parte de la estrategia.

Hay épocas en las que los días parecen ir más rápido. Este verano fue así para mí: la casa volvió a llenarse de risas, conversaciones largas y rutinas compartidas con el regreso de mis hijos de sus universidades. Entre vuelos, maletas y husos horarios, nos reencontramos los cuatro: mi hijo desde Canadá, mi hija desde España. A pesar de los kilómetros, Ecuador se convirtió en nuestro punto de encuentro; un espacio para detener el ritmo y fortalecer la conexión familiar.

En el mundo corporativo solemos hablar de estrategia, resultados e innovación, pero pocas veces reflexionamos sobre lo que verdaderamente los sostiene: nuestra energía y bienestar. Somos expertos en diseñar presupuestos y proyectos al detalle, pero rara vez planificamos con el mismo rigor el descanso, el tiempo en familia y los momentos personales que nos ayudan a mantenernos enfocados.

El verano pasó, las maletas se cerraron y la casa volvió al silencio. Retomé la agenda de reuniones y decisiones, pero con una enseñanza renovada: el liderazgo no se limita a la oficina, también se cultiva en casa, en las conversaciones sinceras y en los momentos que nos recuerdan el propósito detrás de nuestro trabajo.

A veces creemos que liderar significa estar siempre presentes, resolviendo y proyectando, cuando en realidad la pausa también es liderazgo. Es en esos espacios de calma donde surgen las ideas más creativas, donde conectamos con nuestra intuición y donde ganamos una perspectiva más amplia. Dirigir con claridad y motivación solo es posible cuando nos damos permiso para renovarnos.

Estos días me recordaron también el valor de los vínculos. A pesar de vivir en diferentes países, mis hijos y yo encontramos maneras de coincidir y seguir creando memorias. Ese esfuerzo por estar juntos es una lección que trasciende a las organizaciones: los equipos de alto rendimiento se sostienen con relaciones auténticas, con tiempo de calidad y con líderes que entienden que lo humano es la base de lo estratégico.

Los días fuera de la rutina son semillas. Lo que sembramos en estas, nuestras pausas, florecen en nuestra manera de trabajar. Una mente descansada resuelve con más creatividad, una mirada renovada detecta oportunidades y un corazón pleno inspira con autenticidad.

Tomarse un respiro no es un lujo, es parte de una estrategia consciente. Los momentos que dedicamos a quienes amamos nos ayudan a mantener el enfoque y renovar energía para liderar con intención. No se trata de alejarnos por completo, sino de crear espacios breves pero significativos para observar con claridad, escuchar mejor y volver con una mirada fresca. El liderazgo auténtico no nace solo en la acción constante, sino también en la capacidad de equilibrar, reconectar y construir desde nuestra humanidad. (O)