Columnistas
Quito, más allá de la conventual y prestigiosa capital, es además un problema cotidiano; es un tumulto sin respuesta, un conglomerado con antigua administración provincial; es un infierno de tráfico y contaminación. Es, al mismo tiempo, un parque arreglado con primor, una modesta casita de clase media, un espacio librado a la inseguridad y un ogro que conspira contra transeúntes y ciclistas. Es el moderno centro comercial y el barrio pobre, es la urbanización de lujo, es el inmigrante y el informal, el ejecutivo y la modelo. Es como la humanidad, diversa, paradójica. Esa es la ciudad que tenemos.