Diego Oquendo Silva acaba de publicar su libro de memorias bajo el título 'El lugar de donde vengo', en una prolija y elegante edición de Dinediciones. Esta obra es la caja de resonancia de una voz respetada, auténtica e inconfundible, la voz de un periodista, poeta y diletante de larga y reconocida trayectoria en el Ecuador.
Y es que la vida de Diego Oquendo es la vida última de un país que nunca ha dejado de estar en crisis a pesar de su inmensa riqueza, pero también es la crónica consuetudinaria de nuestra inestabilidad política, la reflexión sobre una democracia que se encuentra en permanente amenaza; es la denuncia del latrocinio de sus gobernantes, del asedio a la prensa, de la persecución y el destierro; es el dedo acusador de las dictaduras militares de la América tropical y de los nuevos y nefastos caudillismos del siglo XXI.
El lector repasará en esta obra la historia del boom del petróleo, las sucesiones presidenciales, los golpes de Estado, las vergüenzas y desvergüenzas de una clase política lamentable en su inmensa mayoría aunque con destellos de gran lucidez, capacidad y humanismo en varios de los personajes que se encontraron con el periodista en su quehacer profesional. Pero 'El lugar de donde vengo' es también un punto aparte en la reflexión íntima de un hombre que ha vivido con intensidad, que ha amado con pasión y que con esa misma pasión se ha entregado a la radio, a la televisión, a la crónica y a la escritura.
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Cada uno de los textos de 'El lugar de donde vengo' han sido marcados por la impronta de una pluma fina y diáfana, una pluma que es capaz de enternecer, acariciar y estremecer, pero que hiere y arranca lágrimas de dolor o indignación con igual fuerza e intensidad. Porque Diego Oquendo, además de su faceta más conocida, la del periodista inteligente e implacable, dueño de una voz inconfundible, es un poeta sensible y profundo que armoniza perfectamente sus pensamientos con su lírica y su narrativa.
Resulta redundante decir que al autor de estas páginas no le han faltado emociones ni sobresaltos ni tristezas ni amarguras ni aquellos claroscuros que todos anidamos en un rincón del alma. Eso sí, se descubrirá entre sus palabras momentos de gran alborozo, de íntima felicidad, de sincero orgullo, y de esa pasión y ese amor que despejan la niebla en los tiempos más duros.
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Dice el autor en uno de sus textos iniciales, titulado 'Había una vez': "Mis primeros diez meses de vida transcurrieron en la villita n.º 303 del barrio El Dorado. No había un solo espacio que no estuviera sacramentado por clavelones chinos, rosas y dalias. La gran ventana de la fachada de la casa lucía manojos de margaritas que parecían no languidecer nunca. Su aroma constituía la mejor bienvenida. Y así lo certificaban durante sus visitas los amigos del señor de la vivienda: Perico Echeverría, Luis Daza y el compadre Alfonso Romero, mi padrino de bautizo, como lo había sido de mis cuatro hermanos mayores. Él regentaba, en la antigua plazuela Marín, junto a una quebrada tradicional en Quito, la única mecánica que fabricaba alambiques. Ya algo crecido solía aparecerme por allí en compañía de alguna de mis hermanas. Entonces el compadre Romero, enfundado en un mameluco descolorido, mirándome bondadosamente a través de unos espejuelos empañados por el vapor de los hornos de su enorme galpón y acomodándose un sombrero desaliñado, repetía a manera de saludo una parrafada que jamás se borrará de mi memoria: "Qué bueno que has venido a verme, hijito. ¿Cómo está tu mamá Matilde? Mujer admirable, mi comadre. ¡Qué mala cabeza la de Juan Lucho, mi amigo del alma! Tipo extraordinario. Por lo demás, así son los genios"... A renglón seguido rebuscaba en su portamonedas y me regalaba un sucre. ¡Un sucre en aquellos tiempos casi nos garantizaba el puchero de una semana!".
Cuando se escribe con la verdad por descarnada que sea, tal como lo hace Diego Oquendo en esta obra, el lector se convierte en cómplice del escritor y de sus palabras. Inteligencia, serenidad, pasión y coraje son varios de los atributos de este personaje y de lo que él llama a manera de subtítulo como "Apuntes para ahuyentar el olvido", una obra indispensable para conocernos y reconocernos. (O)