En el 2025 todo texto parece contaminado con un mismo virus literario: la antítesis. Esta figura, que enfrenta ideas para crear contraste, se multiplicó desde la aparición de la inteligencia artificial. Hoy se repite en titulares de prensa, en discursos políticos y en artículos académicos. Se instaló como una fórmula prefabricada que busca profundidad sin ofrecerla. El resultado es un lenguaje forzado que cansa al ojo entrenado, aunque en realidad entrega frases huecas que generan más dudas que certezas.
La antítesis tiene un origen literario válido y ha sido usada por siglos, pero el uso excesivo transformó ese recurso en una epidemia. Los algoritmos lo amplificaron porque lo encontraron como una fórmula rápida para sonar inteligentes. Millones de textos entrenaron a las máquinas en ese patrón y los humanos terminamos repitiéndolo. Lo usamos como si diera peso a las ideas, cuando en realidad reduce su fuerza y hace que algunos terminemos la lectura de cualquier texto en el momento que la identificamos.
He corregido mis propios escritos para eliminar esa tendencia. Ya casi no la uso, aunque a veces sea necesaria. Cada vez que la elimino siento que las frases respiran mejor y que se pierde ese acartonamiento. La escritura real, sin ayudas innecesarias, obliga a asumir lo que se quiere expresar y entregar las ideas con claridad. Una afirmación directa llega al corazón de la gente porque así hablamos en el día a día.
Esta semana leí un reporte de un directorio: "El crecimiento debe centrarse en el valor de la empresa". La frase sonaba elegante, pero se desmoronaba en cuanto alguien pedía una definición concreta. Valor puede significar muchas cosas: diversificación de ingresos, innovación en productos, mejora de márgenes. Al no especificarlo, el documento quedó lleno de generalidades y sin un plan operativo. Y ese era solamente el título.
En Guayaquil otro anuncio inmobiliario: "No construimos edificios, construimos sueños". El proyecto ofrecía departamentos pequeños, precios altos y pocas facilidades de financiamiento. La antítesis sirvió como maquillaje publicitario y reemplazó la descripción real de atributos que sí podrían convencer: ubicación estratégica, materiales de calidad o garantías de entrega. El mensaje terminó debilitando la propuesta porque prefirió el efecto literario antes que la sustancia.
La pandemia de las antítesis refleja un síntoma cultural más amplio: la urgencia por sonar inteligentes ha reemplazado las acciones para volvernos quienes queremos ser. Queremos sonar como académicos sin estudiar, como sabios sin sabiduría, como virtuosos sin acción, todo gracias al arte de magia de la IA. La cura se encuentra en formarnos para poder comunicar, verbalmente o por escrito. Transmitir quienes somos. Ese es nuestro carácter, nuestras experiencias plasmadas en las teclas. La IA es una gran herramienta pero que no nos quite la oportunidad de conocernos a través de lo que leemos.